Arrierías 90.

Mario Ramírez Monard.

En alusión través de las redes y con destino a mis contactos, hice referencia a un tango que escuché siendo muy niño y del cual, aseguro, fue el primero que aprendí de la mano de mis padres y de escucharlo en la voz de un cantante desconocido a quien oí en forma presencial.

Gracias a la sugerencia personal del maestro Humberto Senegal, escritor, crítico literario y amante de los buenos libros y la buena música quien leyera mi alusión de ser mi primer tango aprendido e interpretado, me impulsó a contar esa historia que relato en muchos de los conversatorios sobre música a los que dedico parte de mi tiempo libre. Parto de la tesis de ser el entorno, dentro de los cuales desarrollamos nuestra vida cotidiana, el que puede determinar muchos de nuestros gustos, especialmente la música, la lectura, el deporte y otros que son lo habitual dentro de los círculos familiares o de amigos muy cercanos. 

La historia es la siguiente:

Siendo muy niño (no tendría más de 10 años), mis padres me llevaron a la presentación de una obra de teatro basada en un texto, leyenda o novela de la edad media, Genoveva de Brabante acusada de infidelidad. La presentación se hizo en una carpa donde armaron el escenario. En la vida real, es la historia de María de Brabante, esposa de Luis II Duque de Baviera quien, al darse cuenta de los comentarios, mandó a decapitarla en enero de 1252. Luego se comprobó que la acusación era falsa. Recuerdo fielmente los vestidos que utilizaban los artistas llegados a Caicedonia y algo de los diálogos, pero lo que quedó en mi memoria adolescente fue una canción que escuche en los intervalos cuando cerraban las cortinas del escenario para cambiar la escenografía y presentar un cantante. La primera canción en el entreacto decía “Yo también soñé cuentos de ilusión desde mi niñez/ y fue un sueño azul el que me engañó en mi juventud…”. 1.  Créanme, amigos lectores, que la letra llegó a lo más profundo de mi ser, máximo que Aurita -mi madre-, entre murmullos apenas audibles seguía el canto del intérprete mientras Jesús, mi padre, observaba con su mirada profunda y en forma muy atenta al cantor a quien yo oía con un acento extraño, no el normal en estas tierras de descendencia paisa con ese tono antioqueño, montañero muy acentuado. 

Al salir de la agradable carpa, me fui hasta casa cantando apartes del tema y, puedo jurarlo, no dormí tratando de recordar apartes de la letra, muy nebulosos en mi mente. Al día siguiente, mi madre ayudaba en la atención a los clientes de un pequeño almacén propiedad de mi padre y sentado en una silla, al lado de su máquina de coser que me servía como pupitre, trataba de armar la letra que mi madre sólo sabía por pedazos. Entraron personas. No levanté mi cabeza: – mamá, ¿qué sigue de “es más amargo el despertar, cuanto más sueño”, ¿qué? Silencio en el recinto. Oigo una voz – ¿qué haces pibe? Quedé paralizado. Era el acento extraño que había escuchado la noche anterior. Levanto mi cabeza y sí, era él, el cantante de la voz bella que me había impactado por su entonación, su fraseo y la letra de tan significativo tema. 

Se sentó a mi lado, luego de oír mi explicación, me la copió de su puño y letra y, además, me enseñó su interpretación completa, con los giros especiales que el tema tiene, su esencia, su sentimiento. Poco tiempo después mi padre trajo el disco que fue grabado en la voz inolvidable de Charlo.

Esta pequeña historia personal comprueba mi tesis de que los entornos familiares inciden, muchas veces, en la formación cultural o social de una familia y su descendencia. No supe por qué mis padres me llevaron a ese desfile artístico y no lo hicieron con mis hermanas mayores. Creo que detectaron mi gusto por la música, mucho más cuando dejaba de jugar para acercarme a escuchar a Aurita, con su bella voz, cantando, mientras hacía sus oficios domésticos. 

Los recuerdo todos los días y agradezco, infinitamente, que hayan apoyado, en todo tiempo y lugar, mi afición por la música, por impulsarme a cantarla, entenderla, vivirla. Siempre están y estarán en mi mente hasta cuando el destino me lleve, nuevamente, al infinito. 

POST SCRIPTUM: Todas esas vivencias me han enseñado a entender la música y su contexto, de ahí que hoy, cuando tengo limitaciones vocales por el desgaste de los años, continúe disfrutándola, contando sobre su esencia, las historias que han movido a los autores a escribir bellas páginas poéticas que se han convertido en canciones para el recuerdo, para vivir con ilusión, nostalgia o mucho amor. 

YO TAMBIÉN SOÑE: “Yo también soñé cuentos de ilusión desde mi niñez/ y fue un sueño azul el que e engaño en mi juventud/, yo soñé un amor y sentí el calor de un cariño fiel/. Los tesoros que forjé locamente derroché y entre sueños fui feliz al calor de esas caricias que después, no conocí/. Es más amargo el despertar cuanto más tierno, fue el amor del sueño/ una mano de hierro nos llama a la realidad/ y los sueños se cambian en miserias y maldad/, yo quisiera soñar y dormir de una vez, para no despertar/. Hoy perdida ya toda mi ilusión vi una aparición/ linda como un sol me miró al pasar por mi soledad/ se acercó hacia mí y escuché su voz hablando de amor/. Mi esperanza renació y hoy que me siento feliz tengo miedo de soñar/, porque si esto fuera un sueño, no podría ya vivir”. 

Letra de Luis César Amadori, música de Francisco Canaro. Canción grabada en la inolvidable voz de Carlos Pérez de la Riestra, más conocido como Charlo. 

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