(Divertimento familiar)
1.
Eugenia sale en busca de un curandero.
En la plaza de mercado cuenta a su hermana, vendedora de legumbres, los achaques de la madre. Su prolijidad despierta curiosidad en los parroquianos y algunos ofrecen recetas, ungüentos, masajes; otros, aconsejan bebidas, riegos, oraciones, y no falta quien aconseje la meditación trascendental o la invocación de espíritus.
Las mujeres, cansadas de escuchar a curanderos gratuitos, logran alejarlos al cambiar de tema.
La vendedora pregunta a Eugenia por su hermana Raquel.
De vez en cuando llama. Es el colmo que viva en Armenia, a media hora de nosotras, y no venga a visitarnos. Sabe que estamos solas y le da igual. Es un mundo aparte y sin remedio. Desde hace ocho días tiene otra pareja. Ahora me marcho. Tengo una cita en Armenia. Creo que regreso a mediodía.
Entre los curiosos, Roberto escucha la conversación, averigua a ellos dónde vive la madre de Eugenia.
2.
Tocan a la puerta.
Señora, acabo de hablar con su hija en la plaza, y me pidió que viniera a poner en sus manos mis modestos servicios.
Cándida no se inquieta cuando ve al hombre con las yerbas y lo invita a pasar.
Siga, señor, faltaba más. Mi Eugenia es un encanto. Mire usted, quién lo dijera…
Cálmese señora…
Cándida…
Por favor, doña Cándida, ¿tiene usted un pedazo de hilo que me regale?
Y ¿para qué?
No se moleste, señora. Su hija me habló de sus molestias de salud, y aquí estoy para servirla… no perdamos tiempo, ni desconfíe…Debo hacer un collar y tiene que ser con hilo o cáñamo; hasta un cordón me sirve, pero que esté magnetizado por esta casa.
Ah, ¿y eso? Voy por él…
Roberto retuerce el cordón a medida que introduce cada pepa negra. Termina y dice: Póngaselo, doña Cándida.
El curandero despliega ante la madre toda suerte de pases, gestos, acompañados de lo que parecen oraciones en lengua desconocida. De repente, interrumpe los malabares.
Disculpe, doña, hay algo que interfiere el magnetismo.
¿Interfiere…? No entiendo…
Corta, señora, corta, neutraliza…
Dígame nada más qué hago.
Sabedor del terreno que pisa, ordena con suave tuteo.
Cándida, tú sabes que los metales neutralizan…
En este punto y por no parecer iletrada, dice “sí” a todo.
Debes colocar sobre el comedor tus alhajas, porque bien sabes que son metales preciosos, también todo lo que corte o entorpezca los poderes magnéticos de mis oraciones.
Cándida, convencida ya de cuanto escucha, obedece y se desprende de las joyas que lleva puestas.
Arrodíllate, cierra los ojos y mientras cuento tres, repite sesenta veces las letanías de la Virgen María, las de san Antonio, y del Corazón de Jesús, y una vez termines, abres los ojos para que la magnificencia de mis poderes opere en tu curación. Dejarás de oírme, pero no debes preocuparte, estaré acompañándote con mis ruegos. Vamos, empecemos, uno, dos, y tres…
Cándida se arrodilla.
3.
Después de una hora, terminados los rezos, Cándida abre los ojos y se encuentra frente a frente con Eugenia.
¿Qué haces con ese collar de yerbas al cuello?
La pregunta basta para que Cándida vuelva a la realidad, y sopese las pérdidas… Avergonzada, Cándida quiere sonreír, pero se cubre la boca con las manos, porque recuerda que no lleva su caja de dientes…
4.
Cuadras abajo de la galería, en la vía alejada del pueblo, Roberto espera el paso del bus intermunicipal para tomar “las de villa diego”.
En el bus hace balance de las “ganancias”, y en la terminal aborda un taxi, y va directo a la casa de empeños.
Pide al taxista que se detenga dos cuadras antes de su destino.
Espéreme, ya vuelvo. Necesito que me haga dos carreras.
El taxista acata y lo ve entrar por un callejón.
Es buena, de la mejor. Tenemos de varias clases, pero esta sí es tremendo cañonazo, dice el vendedor.
Roberto inspecciona la textura, el olor y paga.
Roberto llega a casa y abraza a su mujer.
Fue un día bueno, Raquel.
Ya era hora, responde ella.
Las cosas no andan bien por el pueblo y tocó regresar. Logré engatusar a una vieja.
¡Qué buena noticia, amor!
5.
En casa de Cándida, la enferma:
Es increíble lo que te pasó por confiada, madre, dice Eugenia.
Llamaré a Raquel. Aunque ahora que tiene otro marido, que ni conocemos, y sé que ni le va ni le viene, quien quita que le dé por venir a vernos.
6.
En casa de Roberto:
Raquel, amor, pásame el cigarrillo.
Suena el teléfono…
¿Y ahora, qué te pasa, mujer?
Estoy preocupada, han robado a mi madre, Eugenia acaba de llamar.
A propósito, estuve trabajando en el pueblo.
Bebé, dime, ¿dónde encontraste lo que tienes en el bolsillo?, pregunta Raquel.
En el bus, amor, en el bus. Tal vez algún pasajero se la quitó para dormir, o se le cayó.
Imposible que no se hubiera dado cuenta. Anota Raquel, incrédula.
No te preocupes, amor. Deja los escrúpulos, y mejor prepárate, esta noche iremos a darle una sorpresa a tu familia. Trae el martillo. Con lo que paguen por el oro de la caja de dientes que encontré, les taparé la boca a quienes piensan que soy “un vago atenido”… Pagaremos lo que valga la rumba para celebrar el reencuentro con tu madre y tu hermana.