No todo fue fiesta el día de cumpleaños del aprendiz.
Esquivo a los revuelos del hogar, y por dar espacio a quienes se encargaban de los preparativos, tuvo la idea de buscar la excusa que le permitiera salir a pasear en solitario por las viejas calles del barrio, y rememorar mientras caminaba en silencio, pero no la encontró, y al atardecer escapó en medio de los festejos, a los abrazos, el encendido de las velas, y al conteo de los años vividos.
Visitó las calles conocidas de su ayer; se detuvo en la esquina compartida con la barra de amigos; observó la ventana de la casa donde antaño vislumbró al primer amor, y el solar donde estuvo la tienda de barrio que al amanecer abría sus puertas a los primeros compradores, y en las tardes vendía a crédito a los colegiales, aguardiente o cerveza. Recostado al poste de energía agradeció por el regalo de los caminos recorridos.
Recordó la ausencia sin retorno de los amigos de la escuela y del colegio. De pie en entre los postes de luz esquinera surgió la pregunta: ¿A dónde habrán ido, ¿qué fue de ellos?
De regreso a casa surgió la misma pregunta para el día en que la ausencia vendría a ocupar el lugar de los hijos, y decidió que al amanecer intentaría poner sobre el papel los sucesos, que imaginaba, sucederían por la partida y el regreso de sus hijos.
Pasados unos días lo mostró al maestro Luis Moreno, que una vez lo leyó en voz alta dos veces, dio su visto bueno. El aprendiz guardó el texto en su archivo, y lo olvidó.
Con los años el temor se hizo realidad, y el espíritu que el aprendiz creyó preparado para afrontar ese día, debió aceptar que el dolor por la ausencia de los hijos no tenía cura. Recordó las fechas en que primero la hija y después el hijo, marcharon a labrar sus destinos, y con su ausencia llegaba el vació interior; empezó a percibir que en cada rincón permanecían ellos, y regresaban las preguntas que se hiciera años atrás.
Por casualidad, una mañana la madre, que regaba las flores del balcón, pidió desde arriba otra vasija de agua, que el aprendiz llevó, y cuando asomados a la calle, ella dijo:
“¡Ay, me moriría si desde aquí los viera llegar por sorpresa! Creo que me tiraría abajo a recibirlos”, supo que ella lloraba. Para no hacer lo mismo frente a ella, y apaciguar su espíritu, dijo, al tiempo que volvía sobre sus pasos: nos lanzaríamos juntos. Y bajo a la alcoba.
Recostado al testero de la cama dejó que las imágenes lo invadieran hasta caer en el sopor. Rato después la voz de su esposa en la cocina, ofreciendo tinto, lo despertó. Puesto el pocillo en el nochero, buscó en el archivo el texto que quiso atrapar con palabras la tristeza de las ausencias y la ilusión de dos regresos.
La vieja amistad con Mauricio Arroyave y Harvy Murillo, amigos de los hijos ausentes, dio voz a las palabras dormidas durante años en el olvido.
VIEJA VA A LLORAR
Vals 960204
Arreglos: Mauricio Arrovaye
Intérprete: Harvy Murillo
Viendo con mi vieja
El tiempo pasar
Sentimos recuerdos
Cruzar el portal
Cuando por los hijos
Que dios quiso dar
Este nido humilde
Se volvió un hogar
Pero un día aquel hijo
Se quiso marchar
Se sintió con alas
Y quería volar
De esperanza y sueños
Fue su libertad
Partió al horizonte
Con su fe y morral
Anduvo caminos halló su verdad
De espera y recuerdos es viejo este hogar
Una carta llega no hay más soledad
Y todos lo esperan con felicidad
En todos hay fiesta vieja va llorar
Pues sus letras dicen que va regresar
Venga vieja mía no hay por qué llorar
Nuestro hijo llega toca en el portal