Arrierías 90.

Umberto Senegal.

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Ya en Colombia, Theodoros. Exorbitante nueva novela de Cartarescu. Otro riesgoso y arrollador éxodo narrativo por reales y prodigiosos universos que, extraídos de otros cosmos, desgajados a su vez de otros universos, desprendidos de orbes que cada lector lleva dentro de sí, describe Mircea. Como con la trilogía Cegador, para no mencionar Solenoide, este es con todas las tesituras mezclándose, bajo, barítono y tenor; contralto, mezzosoprano y soprano superpuestas a ritmos y estructuras, entre personajes, espacios y sucesos que encontramos desde el capítulo inicial, otro itinerario novelístico complejo para quienes pretendan navegar, ligeros, por la prosa y procedimientos narrativos del poeta y narrador rumano. Sobreexcitado por la sensación que me produjo la carátula del grabador Dan Hillier, muerto hace siete meses, comencé a leerla donde la adquirí. Frente al primer párrafo y la primera página del capítulo Tudor, mi reacción inicial fue contar el número de palabras de la primera frase:108.

La novela te envuelve con extensas oraciones. Tudor, son 17 páginas de prosa continua, sin descansos visuales. ¿En qué estado de literarias concordancias se incorpora Marian Ochoa, cuando traduce a Mircea? ¿En cuáles fases de alucinación y conciencia se fusiona Mircea, cuando construye una novela como Theodoros? ¿En qué estado nos sumergimos, ¿o flotamos?, ¿algunos de sus lectores cuando abrimos la primera página, el primer capítulo de la novela y la afrontamos visual y auditivamente? “Si te santiguas con tres dedos embadurnados de sangre, si te unges con sangre la frente, sobre las cejas…” Primeras palabras. Apertura de un diluvio literario sin precedentes en anteriores obras de Mircea. Y luego, con la tercera frase, de 140 palabras. Y la cuarta, de 223. Todo colosal. Cualquier palabra, por obra y gracia del real personaje histórico convertido en ficción, ¿o viceversa?, será gigantesca. Y toda frase, descomunal. Y todo párrafo, ciclópeo, anunciando que nos precipitaremos en un multiverso narrativo fuera de lo conocido, en la narrativa del siglo XXI. Será, para lectores vehementes, procedimiento literario de tenacidad y disciplina lectora exigentes. Un personal arquetipo de ascesis lectora al cual muchos no querrán ni podrán acercarse. Cada palabra se crece dentro de la frase. Cada oración, se acrecienta dentro del párrafo para que, a su vez, estos configuren lo grandioso de la novela total. Comienza, en español, con una frase de 108 palabras. En la cosmología vedanta este número, fuente de la creación, representa la conciencia última de que todos somos uno.  Ni Mircea ni su traductora lo asumieron así. Pero puedo anotarlo para nuestro idioma como sincronicidad de carácter religioso en la novela que finaliza con una frase de 14 palabras: “Y si es recibido en los cielos, será después recibido también en la tierra”. El evangelio de Kebra Nagast, será registrado desde Theodoros.

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Años atrás antes de tan portentosa novela traducirse al español, Cartarescu manifestó: “Me gusta llamar irónicamente Cincuenta años de soledad a Theodoros, porque el personaje principal muere a los 50 años. Escribí este libro pensando en García Márquez. Mi intención fue escribir algo de valor equivalente a Cien años de soledad”. Cuantos persistimos con su producción literaria, nos incrustamos con nuestro corazón, tiempo y asombros, en la lectura venturosa de esta su nueva e inmensa novela: Theodoros. Las pautas literarias e idiomáticas de Marian Ochoa, traductora del rumano a quien nadie podrá excluir al mencionar el éxito de Cartarescu en lengua española, son iguales a las de Mircea escritor. ¿En cuál de ambos idiomas canta fonéticamente mejor, y truena y trepida, esta novela?  Hace poco, su autor manifestó: “No sé a qué dioses agradecer por haber podido escribir Theodoros, tras cuarenta años de gestación. Desde un punto de vista etimológico, este nombre significa regalo de Dios. Para mí ha sido un regalo inesperado”. Para la historia de la narrativa contemporánea y la traducción a nuestro idioma, es magistral paradigma de trabajo mutuo. Estimulados, Mircea y Marian, por su editor, conforman el triángulo editorial más notable desde cuando Herralde, como editor, llevó a cabo trabajos semejantes.

Hablan. Piensan los personajes, sin enmudecer a cuantos en este concierto supratemporal se expresan desde la historia y la fantasía, en la cartaresquiana mixtura que cimenta otras de sus arquitecturas novelísticas: en Solenoide, la primera frase tiene cinco palabras, “He cogido piojos otra vez”; El ala izquierda, contiene 35; la primera frase en El cuerpo, es de 18 vocablos mientras la inicial de El ala derecha, posee seis. Con una frase de 90 palabras, la breve novela Lulu, supera estos límites. Eludiendo tal esquema cuantitativo, que no considero premeditado por el autor, Theodoros comienza con un impactante nuevo ritmo narrativo, sostenido por una extensa oración de 140 palabras; luego, una segunda de 40 y, seguidamente, la tercera frase con 223, manufacturando a Theodoros como imponente e ilímite alfombra persa de simétricos nudos. El conjuro inicial: “Si te santiguas con tres dedos embadurnados de sangre, si te unges con sangre la frente sobre las cejas (de donde se escurre un reguero a lo largo de tu nariz morena y aguileña hasta el bigote enroscado en la parte izquierda con hilo de oro, antes de gotear en las baldosas de malaquita de la fortaleza real), y dejas una mancha en el faldón de tu camisa de un satén tan blanco que parece dorado)”. Un poco más adelante, páginas 14 y 15, eclosiona una frase compuesta por 473 palabras, para no dejarnos dudas de cómo transcurrirá la inverosímil vida de Theodoros. 

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“Mis novelas, igual que los relatos reunidos en libros, son en realidad poemas», especifica Cartarescu. Con Theodoros evidenciamos tal afirmación. Impetuosas como Escalera al cielo o Abismo, rápidos del río Zambeze en África, sus frases son fastuosos enunciados que, al ensancharse capítulo tras capítulo dentro de los 33 que la constituyen -cifra asociada con avanzados niveles de conciencia espiritual- desembocan en el majestuoso crescendo final de la novela, donde la conjunción espiritual y física muestran la sólida y organizada arquitectura poética que la estructuran. Cartarescu, igual que el noruego Jon Fosse, es maestro literario en crescendos narrativos novelísticos. Bien cuando describe el exterior o interior de un personaje, o bien cuando representa escenarios, párrafos tras párrafos y capítulos tras capítulos hasta desembocar en un final que todo lo abarca, desde la nota menor hasta el concierto final y el movimiento que, en este caso, remata con magnificencia la obra. En Mircea, atributos de religiosidad y mística universal, de credos religiosos y espirituales, han sido constantes literarias reiteradas en sus descripciones. Si usted lee esta novela, sin pausa, pero sin prisa, las identificará en las 16 páginas de alegórica epifanía apocalíptica que componen el capítulo final de Theodoros, con las cuales exégetas y semióticos de cualquier escuela lingüística, retozarán interpretando sucesos, símbolos, escenarios y personajes cristianos. Empleo la acuática analogía de rápidos del río Zambeze, por considerar que leer novelas de Mircea es aventurado, como navegar en frágil balsa inflable haciendo rafting literario por estas frenéticas corrientes narrativas.

Hay numerosos fragmentos de párrafos que podríamos organizar en versos. Surgiría un poema moderno. Con ritmos y formas semejantes a los de su Poesía esencial, que contiene cinco libros del género publicados por Mircea entre 1980 y 2010. Propongo, no a cualquier clase de lector, sino a quienes están familiarizados con su narrativa, otra manera de iniciar la lectura de Theodoros que, sin ser excluyente, también recomendaría a cuantos por cualquier motivo desconocen sus obras y buscan una mediante la cual internarse fácil en su cosmos literario: comenzar por el capítulo 13 de la Segunda parte. Lo concerniente al lúbrico rey Salomón y Makeda, la voluptuosa reina de Saba. “Además de ser un buscador de poder sin escrúpulos y un romántico enamorado, el polifacético Theodoros es también un magnífico narrador de historias. Incluso se podría argumentar que el verdadero tema principal de la novela, subyacente a todos los demás, es el poder y la alegría de contar historias”, escribió con acierto el incógnito director de un original blog, The Untranslated. En la forma de Mircea relatar, siente uno arremolinarse tradicionales esplendores verbales de quienes contaban, ceremonias orales de magia y milagros, historias desenvolviéndose desde la primera palabra vocalizada, hasta la frase final, mediante cuentos tejidos con fragmentos de historias reales, mitologías y leyendas.                                     

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“Su cabello crespo y ahuecado era sin embargo suave bajo las caricias de los dedos cargados de anillos del rey, y sus gemidos amorosos, en sus oídos, eran tan dulces en su salvajismo -más dulces que los falsos de las refinadas hetairas- que, al escuchar las lisonjeras palabras del emisario, el miembro del rey se sobresaltó bajo los ropajes tejidos con hilo de oro”, relata alguno de los siete arcángeles. En este caso, frases moldeadas con su estilo neobarroco y acento trágico superando anteriores obras. Asegura Redel, su editor: “Ni Pynchon, ni Joyce, nadie ha escrito este libro. Es mejor que Borges”. Con ese insinuante FIN que concluye la novela, empleado en su trilogía Cegador, anunciando el final de cada volumen hasta llegar a El ala derecha, donde anuncia tanto el fin del tercer volumen como el fin del libro sin límites que englobe su imaginación. Mircea poseído por ángeles cuyos lenguajes revelan fondos herméticos círculos concéntricos y espirales del verbo desde donde Dios crea universos a los cuales el ser humano puede aproximarse con sus desvaríos y visiones.

La prosa de Mircea, tejida con hilos moleculares en capas bidimensionales, llega a transformarse en elemento que facilita, desde el lenguaje, cierta clase de satori, a partir de la música total de sus novelas en cuya estructura pulsa el sagrado AUM.  Comienza, entonces, por el capítulo 13: “El sabio emperador Salomón de la antigüedad, el cual, preguntado por Dios en Gabaon qué dones esperaba de él, no pidió ni una vida larga, ni riquezas, ni la muerte de sus adversarios, sino solo un corazón juicioso para diferenciar el bien del mal”. Luego, lee a tu manera. Habrás sido autoiniciado en la deslumbrante prosa poética de Mircea, adecuada para reconocer sus llamamientos a imaginar desde la literatura y con ella. El escritor rumano declaró que esta era su primera verdadera novela. Sabe en cuáles extensiones de lo fantástico e histórico, en cuáles libros físicos e incorpóreos se introdujo al escribirla. Este libro con características de novela, es en realidad el libro donde de alguna forma le corresponde ser también ser ese personaje que en el Juicio Final será juzgado. “Miríadas de ojos, de vivos y de muertos, de fieras y de ángeles, estaban clavados en el dedo que pasaba las hojas, en la sonrisa de la boca y en ceño fruncido del gran Lector, pues ahora sabíamos que el Juicio no iba a poner en el platillo hombre, con sus pecados y sus sombras, sino el libro, escrito por nosotros, con tesón, durante medio siglo”. Y hasta dónde va a transportarnos hacia el apocalíptico final con ángeles y demonios enfrentados. La gran mariposa contra la tenebrosa araña. “Era el eterno enfrentamiento, bajo el cráneo de cada individuo, entre la mariposa y la araña, entre el ángel y la fiera”. 

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Y ahora va a sumergirnos, mediante extensas frases de sonidos y pedrerías lingüísticas, desplegadas, desenmarañadas a lo largo de toda la novela, hasta esa frase de 169 palabras, en multicolores tonalidades, suaves hilos de seda verbal ondulando ingrávidos frente al lector que escucha y mira y siente este despliegue, esta danza de imágenes y personajes, de eventos que en Theodoros se nos desbordan por los cinco sentidos. comencé la lectura de esta novela por la página inicial, también yo santiguándome no con tres dedos embadurnados de sangre sino con el dedo anular nada más, y dejándolo muy limpio un momento en mi entrecejo, apretándolo suave como señal de reverencia literaria y suprema concentración en ese ritual en que se me convierte la lectura de la citada novela. Nada normal que comiences a leer la novela a partir de la página 243 y llegues hasta la 259 en su edición en español, para quedarte suspendido entonces en el asombro. Puedes saltar entonces al capítulo 16 de la página 297 y continuar desenvolviendo ese hilo de oroseda tú mismo hasta la página 316. Entonces te puedes detener ahí. Tomar el libro y comenzar a leer de manera tradicional es como si desde los labios y la voz de Scherezada hablaran también Heródoto, Tucídides, Alfonso X el sabio o Ibn Jaldun.  

«Cualquiera que lea Theodorosse verá sorprendido, sobre todo por su envergadura épica. Ninguno de mis textos se parece tanto a una novela: incluye muchos personajes, reales e imaginarios, escenas de batallas y escenas amorosas, sucesos picarescos y giros en la trama. No es una novela realista y mucho menos una novela histórica. La realidad, de hecho, me aburre espantosamente», previene Cartarescu a quienes pretendan buscar y encontrar, en esta nueva novela suya, algo ceñido no a la imaginación del narrador y del poeta, sino a la rigurosidad histórica. Tan atractiva novela se tiñe de historia, sin que lo fidedigno la absorba haciéndole perder de vista lo fantástico, la belleza de cuanto se trenza y subyace en acontecimientos históricos. “Los arcángeles escriben la historia de la vida de Theodoros, como escriben, en otros mundos posibles, también la mía o la tuya. Todos esos billones de historias están destinadas al Juez Supremo para que decida qué dirección va tomar cada individuo después de la muerte, de acuerdo con las infinitas mitologías del pasado y de hoy en día: a la izquierda, el Infierno, a la derecha, el Cielo», subraya Mircea, dándonos claves para entender y asimilar mejor su reciente novela y, desde ella, pero con ella como componente orgánico del relato,  encontrar visibles claves literarias, estéticas, que permiten elucidar detalles de las anteriores y comprender qué nos revelan, nos sugieren o nos señalan  en lo narrativo y ficcional esas perpetuas mitologías desde el Libro Supremo que Dios escribe para sí mismo, crónicas de eternidad, historias del infinito donde tú y yo, y todos los lectores  y no lectores; quienes hacen parte del libro al leerlo, y quienes conviven con sus personajes, somos una línea recta, circular o quebrada, parte de esas espirales que caracterizan su escritura: “Mis textos no se desarrollan de manera lineal, sino en espiral, con el retorno de los mismos temas e imágenes en una espiral superior, admite el escritor rumano. “No hay un único Juicio, sino miríadas de Juicios, uno para cada mortal. Hay miríadas de libros de la vida, uno para cada pensamiento nacido de un cráneo humano, ya que cada pensamiento está envuelto, como el gusano de seda, en su mundo, vivido y soñado por él, y nosotros escribimos todos los libros a la vez…”, palabras de uno de los siete arcángeles, revelación apocalíptica que podrá impulsarnos a releer el libro y visualizar los destinos de Theodoro. Nuestros destinos, en uno o más de esos libros entre los cuales somos letra o palabra. Frase o párrafo. Capítulo o novela total.

En discordancia con adversas y nada generosas críticas que le hacen en su país, no exentas de envidias y resentimientos, celos literarios o divergencias políticas cuando califican la obra del escritor rumano más notable del siglo XXI, dice Mircea: “el flujo de mis textos considerado como un todo es orgánico, tiene vida propia, forma meandros como los de un río, avanza y retrocede siguiendo una lógica enigmática. No soy yo quien controla las cosas, soy tan solo el que proporciona las obsesiones, los arquetipos, los manierismos estilísticos que configuran la esencia de mi literatura. Más allá del ropaje lingüístico de cada libro, ellos conservan –espero– la coherencia y la originalidad de mi escritura desde la primera página de hace ahora cincuenta años hasta la que he escrito hace un par de horas”. Para la fácil lectura y mejor comprensión de su novela, Cartarescu nos refuerza diciéndonos que, “Theodoros puede ser considerado también como una ópera musical, con coros, recitativos, con una escenografía barroca. El primer capítulo es la obertura de esa ópera y comprende todos los temas que serán desarrollados a continuación. La armonía y el contrapunto tienen aquí una contribución fundamental a través de la alternancia de las escenas y de los cambios de registro lingüístico”.  

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“Theodoros es una notable hazaña lingüística donde el idioma contemporáneo se mezcla con vocabulario arcaico y regional para crear un lenguaje específico que corresponde a la historicidad anacrónica de la narrativa”, afirma el anónimo bloguero atrás citado, en The Untranslated. Para la caliginosa atmósfera dramática donde se desarrollarán las tres partes de esta fabulosa novela, Tudor, Theodoros y Tewodros, cuya trama fluye majestuosa y desemboca con frenesí en el Juicio Final que sucederá el lunes 4 de febrero de 2041, de acuerdo con la inexplicable fecha ficcional fijada por Cartarescu; en Theodoros no se especifica la hora, en tal fecha Mircea será un virtuoso anciano de 84 años en plena producción literaria a quien posiblemente para este fatídico  año por fin le hayan otorgado el merecido Nobel de literatura,  -no habrá tiempo para más premios en el mundo-, su esposa la poeta y cuentista rumana Ioana Nicolaie tendrá 66 años de edad, ambos nacidos en un primero de junio, Mircea encomienda su voz de narrador a siete celestiales testigos de la vida de Theodoros: Michael, Gabriel, Rafael, Uriel, Sealtiel, Jehudiel y Barachiel. Estos arcángeles son los adecuados para relatarnos de manera objetiva las atrocidades que cometió este hombre, desesperado por el poder. Los narradores, empleando una segunda persona activa y directa, tú, no son simples observadores pasivos. La historia de Theodoro se relata en segunda persona. Los narradores dirigen al protagonista y relatan con detalle cuanto le sucede a él y a decenas de otros personajes. Omnisciencia propia de intermediarios entre el mundo de los humanos y las moradas celestiales. Estos siete arcángeles relatan impasibles la espantosa historia de Theodoro buscando el poder por sobre millares de cadáveres de hombres, mujeres, niños y bebés.

Calarcá, Quindío, octubre 1 de 2024

Llanitos de Gualará

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