5:30 a.m
El bus que me lleva a la rutina cotidiana, está atestado. Uno pensaría que es por la hora pico en la mañana, pero viéndolo bien, la congestión es por el espacio que ocupan los sueños que se quedaron sin terminar y que se sientan al lado de cada uno de los que viajamos en el bus.
Allí, junto a la ventanilla, una mujer arrulla aun su insomnio por el hijo que no llegó a casa la noche anterior. Más allá, una chica sonríe en solitario y todavía la alegría del amor vivido la noche anterior repite una sonrisa en su rostro.
Por acá, un muchacho ensaya la lección que le dará el tiquete al conocimiento calificado por un profesor que olvidó lo aprendido. Dos sillas hacia mi derecha, una mujer busca volver a dormir para terminar el sueño que dejó inconcluso el reloj despertador.
Al conductor parece que nada le preocupa, le espanta su fatiga cotidiana los continuos repiques del timbre anunciando un pasajero que desciende.
De pie, un carterista mide el sueño de su objetivo adormilado que está a sólo tres dedos de sus dedos hábiles y aligeradores de carga…sueña con su porción de evasión para empezar el día.
Una chica, con más piel que tela para mostrar mira y remira foto en la hoja de vida que le abrirá las puertas al supermercado para calmar el hambre de los suyos.
Allá, otra muchacha con el cabello aún mojado, ensaya mentalmente la excusa para explicar la ausencia de su casa la noche anterior y revisa en un espejo sus ojeras que señalan la respuesta a su ausencia.
Y yo aquí, observando tanto sueño empezado, tanta vida agitada, tanta pesadilla inconclusa. Afuera el día que aguarda agazapado para aventarnos su monotonía repetida, para decirnos que la rutina empieza otra vez.