Arrierías 85
Patricia Monard
¿Cuándo podré tener esos tenis brillantes con chulitos a los lados y unos minitacones en sus suelas? pensaba Matilda, la niña de 12 años, sentada en la gradería descolorida y rota de la polvorienta cancha de futbol de su barrio, mirando con curiosidad un grupo de muchachos, algunos descalzos, otros con esos tenis raros que tanto le obsesionaban, pero que en nada se parecían a los que había visto en la vitrina del almacén. Empezó a dejar que su mente hiciera lo que le gustaba hacer… jugar con su imaginación, crear dibujos con historias muy divertidas en las cuales ella era la hermosa e inteligente chica dueña de todos y admirada por todos, hasta que sintió un fuerte golpe, el corroído balón se había estrellado contra su ojo derecho. Salió corriendo y dando alaridos con su autoestima más llorosa que sus ojos, y sin dar cuenta estaba de nuevo frente a esa enorme vitrina, limpiando con sus manos las pocas lágrimas que aún tenía, volvió a encontrarse con ellos, se encandelillo, no podía ver claramente, pero sabía que la observaban con cierta frialdad, ellos eran mucho más que ella y lo sabían, jamás los poseería, jamás serian suyos, sus pies no encajarían en ellos, pero que más daba, su mente no lo sabía y mientras fuera así podría engañarla. Volvió a cerrar sus grandes ojos, ahora uno empequeñecido y aun lloroso por el golpe y podía verse entrar al almacén y preguntar por el número 35 del que tenía en frente.
Le costaba concentrarse, pero lo hizo, era como desaparecer, simplemente, no existir, si su amigo Ernesto la viera, pensaría que ha enloquecido, y que debían de llevarla a un hospital de esos en que la gente habla sola, cuando habla, porque muchos son mudos y nunca te miran a los ojos. ¿Pero cómo era posible que nada existiera, que ella fuese una mentira? Se veía, se tocaba, se olía, podía escuchar tanto ruido en su cabeza, pero una voz la impulsaba a creer que todo podía cambiar, que las cosas podían ser diferentes, que la realidad que habitaba era solo temporal y que ella, una niña llamada Matilda, de doce años de edad, podía entrar a esta tienda y poseer lo que quisiera, incluso esos tenis raros con minitacones en sus suelas, fríos y distantes, podían llegar a amarla tanto como ella a ellos. La pregunta era, ¿podría confiar en esa voz?, siempre había escuchado a los mayores decir que no confiara en desconocidos, pero esa voz la escuchaba en sus tímpanos, en sus amígdalas, en sus piernas, esa voz recorría su cuerpo y le hacía palpitar el corazón. Debía escucharla, más que eso debía obedecerla, y así lo hizo, con paso firme entro a la tienda, tomo los tenis raros con minitacones en sus suelas, y dio media vuelta de regreso a la puerta giratoria por donde había entrado, aligero el paso y en ese instante sin motivo aparente, sus piernas empezaron a correr muy rápido, ya no le obedecían, tenían vida propia…. A lo lejos escuchaba unas voces ajenas, algo como “cójanla, ladrona…”, simplemente no se le paso por la cabeza mirar hacia atrás.
Vivir el presente, no mirar hacia atrás y menos hacia adelante, ser dueño de tu propio destino, no es imposible como parece, pero si se requiere una dosis grande de voluntad y mucho amor propio, como el de una niña de 12 años.