Buscaba tema para escribir un cuento y enviarlo a un concurso.

Esa mañana entré al salón de billares, donde entretenía mis ocios, seguro de que allí encontraría el tema para escribirlo. Tenía una motivación, una especie de sed de venganza: sabía que días antes un amigo entrañable fue víctima de una estafa.   

Estos sitios son visitados por personas de todo pelambre: apostadores, vividores, falsos profesores de billar, loteros, jubilados, varados, chanceros, vendedores de rifas, y ociosos como yo.

La suerte estaba por ponerme frente a frente con quien en voz baja era conocido como un experto timador. No era su amigo, pero en un sitio como aquel resultaba inevitable intercambiar saludos con desconocidos. Tuve suerte, el hombre, sentado en la silla del “pato”, miraba jugar a sus amigos y tomaba tinto.

Tuve paciencia y esperé, esperé. Busqué una mesa vacía, me senté para observar una partida de billar entre apostadores, y a mirarlo de reojo, atento a que terminara la partida para llamarlo a mi mesa; pero no me aguanté, lo saludé y varias veces le hice señas de que pasara a la mía, hasta cuando se levantó.

No me dejaré sorprender, pensé cuando Fermín se acercaba.

Recordé que días antes un amigo, que vivía en España y regresaba a principios de año a pasar sus vacaciones al lado de su familia, hizo voz populi que necesitaba un buen repostero, y cayó en sus redes cuando Fermín, que sabía lo que mi amigo buscaba, para ganarse su confianza,le llegó con el cuento de que en su vida ganó muchos concursos para chefs, y le propusoprepararle la torta para el cumpleaños de la hija. Acordaron el precio que mi amigo pagó de inmediato; espero varios días y la fecha del cumpleaños se acercaba sin plazos. Fermín no volvió por el billar; para luego de unos días de ausencia por billar, y vencido el plazo para entregar la torta, regresó diciendo me atracaron.

Fermín locuaz y alegre, como si nada, no dio explicaciones, hablaba con todos, hacía cuanto estaba a su alcance para granjearse amistades: contaba chistes de varios los colores, comentaba sobre las apuestas de los jugadores, jugaba billar y compartía el pago de la cuenta, se reía, y su comportamiento cínico no dejaba dudas de su oficio. Mi amigo, paciente y tranquilo, no le retiró la amistad. Ignoró el asunto. Llegó incluso a invitarlo a jugar algunas partidas de billar.

Ese día, el de “mi venganza literaria” charlamos un rato. Fermín vestía con pulcritud, cabello negro hacia atrás, rostro perfilado macilento, nariz alargada con protuberancia en la mitad, labios delgados, sonrisa desportillada. Sabía cómo ganarse a las personas. No se negaba a pasar por el mensajero que por encargo compraba empanadas, pandequeso, buñuelos, pagar recibos de servicios, averiguar números ganadores de chance, y otras tareas, ni cobrar un peso por hacerlo. Para no despertar sospechas lo invité a vernos al día siguiente…y cumplió…

Entró y se apoyó en el muro de la escalera, como oteando el ambiente billaril. Lo llamé y me saludo animado. Dirigió sus pasos a mi mesa, la de los “patos”, misma de quienes no juegan ni compran tinto. Sentí sus manos frías apretando las mías.

Hola, Filomeno, tomemos tinto, me dijo sonriente, y tomó asiento en la silla vacía, junto a la mía.

Luego de averiguar por mi salud, pasó a comentar el estado del clima;después de unos minutos buscó en su maletita de mano, y extendió los papeles con rótulos de un instituto encargado de manejar las mesadas de los pensionados, y me comunicó el fallo aprobatorio al reclamo sobre sus derechos. Fermín palmoteó a la empleada. Pidió que trajera dos tintos.

Me deben una millonada, y no sé cómo manejar tanto dinero, dijo con voz firme.

Por curiosidad revisé los papeles. Cierto lo que decían. Luego de las palabras introductorias, aparecían una serie de cuentas, los sellos y firmas del supervisor contable, del presidente de la empresa.

Le pregunté sobre qué pensaba hacer. Reforzó con su mirada la veracidad de sus palabras; me miró a los ojos largo rato, impasible.

Así es mi estimado, vea, la suerte de los buenos me acompaña…

No tuve duda: estudiaba mis reacciones, como felino al acecho…y yo las suyas…

Por ahí he oído decir que trabajó en un banco. Ayúdeme, hombre, me dijo.

Seguí escuchando con tranquilidad, y decidido a meterme en su juego, entré en el hilo de su historia, y sabedor de que era el personaje que la suerte me había enviado para escribir el cuento, por mostrarme más perspicaz y astuto que él, fingí ayudarlo a desmadejar la maraña del suyo.

Lo primero que debes hacer, es no hablar a nadie más de esto. Me lo dijo en voz baja y misteriosa.

Al mismo tiempo llevó una mano al pecho y con la otra apretó la mía.

Estuve a punto de reír y de dar por terminado el juego,pero dándome cuenta de que nada perdería con seguir adelante con “mi venganza” al ponerlo en evidencia ante los demás billaristas, quise mostrarme más sagaz, y lo asesoré al respecto:

Ordene a la empresa que consigne el dinero en un banco, que sea de su confianza. Llame a los deudores y págueles con cheque de gerencia, ojalá en presencia de asesores del banco; saque fotocopias y guárdelas en lugar seguro, e incluso solicite a la entidad bancaria un nicho de valores donde guardar los documentos, y eso, sí, le dije con aire misterioso parecido al suyo: conserve un bajo perfil para que evite caer en manos de estafadores que le vendrán con cuentos de pajaritos de oro y cantos de sirena.

Fermín escuchó en silencio, me miró sin pestañear, tieso, rígido en su silla; cogió el pocillo de tinto, lo saboreó, y ante mi incredulidad, atacó por otro flanco.

No tengo un peso, confesó. Présteme dos mil o lo que pueda que cuando llegue el billete nos ponemos al día para almorzar, yo sé dónde venden comida barata.

¡Qué mañoso”, me dije!No iba a echar a perder todo mi juego por dos mil pesos, y mucho menos cuando ya sentía sobre mí la mirada expectante de todos mis amigos billaristas, que aún inocentes de mis intenciones, sospechaba que,por mi repentina preferencia a hablar con Fermín, sabía que estaban la espera de que algo sucedería.

En mi cabeza rondaba la idea de que ellos disfrutarían cuando les contara cómo tendí e hice caer al pillo en su trampa…Estaba decidido a saber en qué pararía su cuento, y se los entregaría desnudo en su vileza.

Seguimos hablando de su asunto, hasta que una tarde, de repente abandonó el billar, no sin antes poner el índice en los labios; para recomendar mi silencio sobre el asunto. 

En este punto y en las sillas o jugando, sus amigos y los míos reían y hacían comentarios. Los saludaba, pero como ninguno me preguntaba sobre nuestra charla, pensaba que estaban a favor del timador, y seguro de triunfo, empecé a mirarlos burlón, desafiante.

Al día siguiente, y en sucesivos, apareció a darme cuenta de sus diligencias.

Cada vez insistía en nuevos préstamos por mayor valor, y como yo, nada que cedíaen mi plan y le prestaba, no volvió a las mesas de sus amigos.

Empezó a ir directo a la mía; ordenaba tintos y repetía sus promesas de que iríamos a almorzar con nuestras familias al restaurante El Roble, en Circasia, para celebrar la feliz culminación de su asunto.

No imaginaba Fermín cuánto disfruté con deleite lo que pasaba a diario.

Nos saludábamos como chiquillos, a los gestos de entrañable amistad seguían los signos de victoria; no escasearon los abrazos entrañables ante los curiosos que miraban en silencio, desconcertados. Una especie de piropeo insólito…ridículo, que me apenaba, pero inevitable.

Un viernes suplicó algo de dinero para comprarse un almuerzo.

Como mañana es sábado, te presto diez mil pesos para que no pases sin billete este fin de semana, le dije para asegurarme aún más su confianza.

Agradecido y a punto de llorar, estrechó mi mano hasta dejarla tan entumecida, que tuve que llevarla atrás, y hacer ejercicios de apretar y aflojar los dedos para activar la circulación sanguínea.

Cuando al fin me dijo la fecha exacta en que el banco le consignaría, no lo pude creer, y me dije: ya casi te atrapo ratón.

Pasaron los días, y nada sucedía. Fermín que se sentaba sin falta a mi mesa, cambió a un nuevo comportamiento: aparecía por el billar un día sí y otro no.

Los amigos, enterados ya de los motivos de mis frecuentes charlas con él, daban por descontado de que lo tenía en mis redes. Las risas, las chanzas, las advertencias no cesaron, y los ayudé cuando comenté que era él quien estaba por prestarme dinero. Rieron incrédulos y juré en vano que no mentía.

Un lunes Fermín cambió a otro comportamiento: empezó a evadirme. Las cosas tomaron los rasgos de una caricatura. Empecé a sentir que el caso me convertía en el hazmerreír del día a día.

Cuando yo llegaba primero, Fermín subía con cautela las escalas, asomaba su cabeza y me buscaba entre los jugadores de billar. Si me veía no entraba, se escurría escalas abajo, desaparecía, y yo, con la mirada y las risas burlonasde mis amigos encima.

Si por desgracia Fermín entraba primero y yo llegaba después, suspendía lo que estuviera haciendo, y sin pedir permiso a quienes lo acompañaban se sentaba en cualquier mesa, sin importarle quién o quiénes la ocuparan; los acompañaba hasta que veía la oportunidad de escabullirse, esfumarse como un fantasma. Así por varias semanas hasta cuando el caso terminó para mí el día en que el dueño del negocio lo contrató para que se encargara de cepillar las mesas de billar.

Seguro de que no escaparía, dejé mi rutina de visitas sin falta al billar, y sin temores, lo encontraba en tales menesteres sumiso, diligente, silencioso y a veces cohibido.

¿Qué, no le vas a cobrar los diez mil pesos? Me azuzaban los amigos, y por no quedar mal del todo, les contestaba: lo tengo…lo tengo, tranquilos, tranquilos…que este hp caerá…

Suponían que había perdido, que era la nueva víctima de Fermín. Molesto por las burlas, y rabioso ya por la cara dura de Fermín, les juré que no valía la pena cobrarle diez mil pesos.

Pero dos días después, tal vez por despejar las dudas de mis amigos y quitar la máscara a Fermín, hice lo contrario: por lucirme ante ellos, fui directo a la mesa que cepillaba y le reclamé mi dinero.

Tranquilo, Filomeno, el dinero me llega en tres meses, mientras tanto sigo su consejo…

Meses después, enojado de veras, decidí poner fin a mi juego, y queriendo recuperar el dinero, me acerqué un poco más a su mesa, y por acosarlo, con burla y rabioso ya, pregunté:

¿Con tantos millones, y cepillando billares?

¡Y vaya sorpresa me llevé! La ironía de su respuesta sirvió para que me ausentara del salón de billares, y titulara este cuento que, enviado a concursar, no ganó, pero sirvió para vengar las burlas de mis amigos,  a quienes un día cualquiera dije que fue premiado con dos millones de pesos, y por aparentar, y mientras me veían jugar y perder la partida de billar con uno de ellos, ordené tinto para todos, y en voz baja pedí al garitero que no me cobrara en público, que más tarde, cuando todos se fueran, le firmaría un vale. 

Apenado bajé las escalas, mientras en mi mente revoloteaba como mariposa la imagen, que sabía no olvidaría, de Fermín guiñándome en forma sostenida un ojo, y su respuesta:

Mi estimado Filomeno, como no siempre ganamos, sigo su consejo: conservemos el bajo perfil.

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