Conocí de la existencia de la revista Semana en 1965, durante las vacaciones del primer año de bachillerato en la pequeña finca de mis abuelos paternos en Anacaro, vereda cercana al río Cauca entre Ansermanuevo y Cartago.
Todos los primos sabíamos que no debíamos entrar a un cuartucho destartalado de madera, contiguo al caney donde se secaban las hojas de tabaco, porque allí dizque anidaba una culebra petacona de buen tamaño.
Esa prohibición terminó por acrecentar mi curiosidad, por lo que una mañana decidí, con mucho temor, abrir la puerta del cuchitril que había cerrado con candado mi abuelo años atrás. Todavía me llega el recuerdo del olor acido del papel viejo y enmohecido que se había adormecido en dicho lugar. En el suelo, en grandes arrumes, encontré un tesoro deslumbrante: miles de ejemplares de El Tiempo de décadas anteriores, y cantidades de revistas Life en Español, Cromos y Semana.
Desde ese momento hasta que terminé el bachillerato, siempre volví en mis vacaciones de agosto, para sumergirme en un pasado donde retomaban vida, en blanco y negro, el indio “Forfeliecer”, Álzate Avendaño y Laureano Gómez, figuras de la violenta vida política nacional, así como en el plano internacional aprendía acerca del inicio de la guerra fría y de la lucha contra el fantasma del comunismo.
Lo que si hice, a hurtadillas, fue llevarme a casa muchos ejemplares de la revista Semana de la que me leía hasta los anuncios publicitarios. “La revista de hechos y gente de Colombia y el mundo” la había fundado en 1947 el muelón expresidente Alberto Lleras Camargo, la mayoría de las cuales estaban ilustradas por Jorge Franklin y por el genial pintor de Roldanillo, Omar Rayo, quien dibujaba sus curiosas caricaturas con pinturas de trozos de madera que al unirlos con tornillos, esbozaban el rostro del personaje de la semana. Mi padre al cabo de unos años organizó por fechas las revistas y las mandó a encuadernar para que perduraran. Y ahí están todavía: amarillas y desteñidas con olor a pasado.
Era una revista de opinión afín al partido Liberal, ágil, variada y amena. Tenía una redacción uniforme que permitía leerla con facilidad y no tenía columnas de opinión. Era una exquisita revista que realizaba la oligarquía criolla, con grandes periodistas estrechamente ligados a la cultura y al poder. Conocedores de su oficio.
Lo cierto es que cuando leí las revistas Semana en las vacaciones de fin de año en Anacaro, la revista había hacía ya varios años que había desaparecido.
Por eso, no fue poco mi alborozo, cuando en 1982 reapareció la revista de las manos de Felipe López Caballero, el menorazgo del expresidente Alfonso López Michelsen. Empecé a comprarla en los quioscos y devorarla con furor.
En esta nueva época la revista tenía full color en todas sus páginas, una diagramación menos densa, y mayor agilidad y soltura para describir los acontecimientos. Semana alcanzó niveles de popularidad que ninguna otra revista había alcanzado en Colombia. Ahí quedaron registrados los años turbulentos de la desaparición de Armero, las tomas del Palacio de Justicia, el auge del narcotráfico y la guerra con Pablo Escobar, la firma del acuerdo de La Habana, hasta el auge y caída del uribismo que se aceleró -paradójicamente- con el inexplicable triunfo de Duque
También fue una época de esplendor que se caracterizó por notables investigaciones periodísticas y por la consolidación de grandes columnistas como Antonio Caballero, Daniel Coronell, Daniel Samper Ospina y María Jimena Duzán. Era una exquisita revista refundada por la misma oligarquía criolla, con grandes periodistas, nuevas tecnologías, rigor investigativo, equilibrada y sin lambonería. Pero, eso sí: cercana a la cultura y al poder. Conocedores de su oficio.
La revista Semana empezó a morir cuando el grupo Gilinski adquirió el 50% del paquete accionario de la revista. Algunos crédulos confiaban que no pasaría gran cosa y que la independencia editorial estaba resguardada, dado que los nuevos dueños habían anunciado que “la responsabilidad periodística queda exclusivamente en manos de Felipe López y Alejandro Santos”.
Pero con el anuncio del aumento de la participación accionaria del grupo Gilinski, se vino una vorágine de acontecimientos que terminó con la salida del fundador Felipe López Caballero, de los directores Alejandro Santos Rubino, y posteriormente de Ricardo Calderón y de todo el equipo periodístico y de sus grandes columnistas. En su lugar llegó a la gerencia la exministra de Uribe Sandra Suarez, a la dirección Vicky Dávila y todo un equipo de uribistas purasangre. Es decir, la revista fundada por Alberto Lleras Camargo y refundada por Felipe López Caballero, pasó a ser manejada por un conglomerado económico ajeno al quehacer periodístico, ajeno a la cultura y ajeno a la ahora menguada oligarquía criolla de biblioteca de madera fina.
El expresidente Santos dijo lapidariamente que la revista Semana desapareció. “Le queda el nombre, pero se le fue la sustancia, la sangre de cualquier medio de comunicación que es su talento. El talento que logró lo que fue Semana ya se fue, o sea que Semana murió.”
Muerta pero insepulta, ahora la revista es ruidosa, sensacionalista, gobiernista, parcializada, acrítica, ramplona y aterradoramente uribista.