Arrierías 90.

Jairo Sánchez.

¿Cuando llegó la poesía a nuestros amores? De eso ha mucho tiempo, pero como el buen vino y los olores relacionados con la infancia, jamás se olvidan.

En los amores escolares la poesía estaba en la mirada de la vecinita, la hermanita del amigo, o la recién llegada al barrio. Eran miradas furtivas, suspicaces, efímeras, pero eran la causa del insomnio y el orgullo personal, aunque ella no se diera por enterada de nuestra existencia.

Con ella se jugaba, compartía, reñía, reíamos, y, aunque no sucediera nada, era, para algunos, la flor de sus sueños.

Sólo en casos excepcionales volveríamos a encontrarla en el futuro y obvio, ya no era la misma, al igual que nosotros. Solo quedaría en nuestro recuerdo, así como la maestra bonita, un amor bonito, de mentiras.

Los amores colegiales tenían un tinte diferente. Al no existir la educación mixta, como ahora, el enamoramiento era de ojo cuando salían de la escuela o del colegio. Era un espectáculo inolvidable hallarse apilonado en las esquinas próximas a las salidas, solo para verlas, cual reinas, desfilar ante nuestros ojos.

La secuencia se iniciaba con la selección, seguida del acercamiento y culminaba con la cacería de la presa.

La selección partía de la observación de algún detalle especial para nuestro gusto: estatura, físico, cabello, sonrisa, modo de caminar, medida de la falda, color de ojos, cachumbos en el pelo, rizos, color de la piel, etc.

Se necesitaba tener los pantalones muy bien puestos para vencer la timidez y acercarse al amor de buenas a primeras. Solía hacerse por medio de un cómplice, amigo, o amiga de ella o nuestra se enviaba la frase de la esperanza, generalmente de modo oral: “QUE SALUDES LE MANDA FERNANDO EL DE QUINTO DEL COLEGIO”. Luego se entraba en una especie agonía mientras llegaba la respuesta. Si quien llevaba la razón no decía nada, se caía en el desasosiego y se podía insistir, o iniciar una nueva selección.

Pero si nuestro razonero, llegaba con la maravillosa frase” DÍGALE QUE SE LAS RETORNO”, era ganarse un premio mayor, pues implicaba que estaba autorizado para acercársele y entablar una conversación que la gran mayoría de las veces era la cacería de una presa.

Se dice que los amores de la secundaria son los más perdurables, y así es. Muchas parejas iniciaron su proyecto de vida desde esa época.

Llegaba la caballería de refuerzo para nuestras intenciones. Por ejemplo. Los Centros Literarios, en los cuales los grupos se encontraban en un colegio y se hacían presentaciones, era el turno de mostrar nuestras aptitudes: canto, declamación, teatro, lecturas, dedicatorias, la mayoría de las veces salían a relucir habilidades con el único fin de impresionar al amor. Ellas, por su parte, sacaban a relucir sus destrezas para la danza, el canto, el teatro, la declamación y el baile, sobre todo con montajes de zarzuelas que terminaban de enamorarnos más. Estos espacios culturales brindaban la oportunidad para hacernos lucir a unos y otras. Salían a relucir las dotes oratorias y románticas expresadas en una poesía declamada con alma, vida y sombrero.

Miguel Ramos Carrión, Amado Nervo, Julio Florez, Rubén Darío y los poemas del romancero español eran los preferidos para dedicar y declamar, pues además existía la asignatura de oratoria. Era común escuchar “El Seminarista de los ojos negros”, “Juventud divino tesoro”, Soneto XII de Lope de Vega, además de la dedicatoria de las canciones de moda plasmadas en las cartas, poemas, esquelas, noticas, razones, serenatas para cimentar el amor con la amada.

Y se tenían sueños. Ellas decían: “él va a ser el padre de mis hijos”, y los hombres decían: “Quiero tener un hijo con esa mujer” o, de una manera más basta: “está como para cogerle una cría”. En muchas parejas se cumplió, pero en otras, solo quedó el remoto deseo y una frase soltada al aire el fragor del amor pasajero.

Pero la vida da muchas vueltas y no tener un hijo puede ser tan lastimero como lo plasma Oriana Fallaci en su libro “CARTA A UN NIÑO QUE NUNCA NACIO”,” Anoche supe que existías: una gota de vida que se escapó de la nada. Yo estaba con los ojos abiertos de par en par en la oscuridad y, de pronto, en esa oscuridad, se encendió un relámpago de certeza: sí, ahí estabas. Existías. Fue como sentir en el pecho un disparo de fusil. Se me detuvo el corazón. Y cuando reanudó su latido con sordos retumbos, cañonazos de asombro, me di cuenta de que estaba cayendo en un pozo donde todo era inseguro y terrorífico. Ahora me hallo aquí, encerrada bajo llave en un miedo que me empapa el rostro, los cabellos y los pensamientos…. 1 “o tan visionario y esperanzador como el poema de Rafael de León:  ROMANCE DE AQUEL HIJO QUE NO TUVE CONTIGO.

ROMANCE DE AQUEL HIJO QUE NO TUVE CONTIGO

Rafael de León (1908-1982)

Hubiera podido ser

hermoso como un jacinto

con tus ojos y tu boca

y tu piel color de trigo,

pero con un corazón

grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir,

las tardes de los domingos,

de mi mano y de la tuya,

con su traje de marino,

luciendo un ancla en el brazo

y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti

en lo dulce y en lo vivo,

en lo abierto de la risa

y en lo claro del instinto,

y a mí… tal vez que saliera

en lo triste y en lo lírico,

y en esta torpe manera

de verlo todo distinto.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,

amor, hubiera tenido!

Tres caballos, dos espadas,

un carro verde de pino,

un tren con cuatro estaciones,

un barco, un pájaro, un nido,

y cien soldados de plomo,

de plata y oro vestidos.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,

amor, hubiera tenido!

¿Te acuerdas de aquella tarde,

bajo el verde de los pinos,

que me dijiste: – ¡Qué gloria

cuando tengamos un hijo!?

Y temblaba tu cintura

como un palomo cautivo,

y nueve lunas de sombra

brillaban en tu delirio.

Yo te escuchaba, distante,

entre mis versos perdido,

pero sentí por la espalda

correr un escalofrío…

Y repetí como un eco:

«¡Cuando tengamos un hijo!»

Tú, entre sueños, ya cantabas

nanas de sierra y tomillo,

e ibas lavando pañales

por las orillas de un río.

Yo, arquitecto de ilusiones

levantaba un equilibrio

una torre de esperanzas

con un balcón de suspiros.

¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria

cuando tengamos un hijo!

En tu cómoda de cedro

nuestro ajuar se quedó frío,

entre azucena y manzana,

entre romero y membrillo.

¡Qué pálidos los encajes,

qué sin gracia los vestidos,

qué sin olor los pañuelos

y qué sin sangre el cariño!

Tu velo blanco de novia,

por tu olvido y por mi olvido,

fue un camino de Santiago,

doloroso y amarillo.

Tú te has casado con otro,

yo con otra hice lo mismo;

juramentos y palabras

están secos y marchitos

en un antiguo almanaque

sin sábados ni domingos.

Ahora bajas al paseo,

rodeada de tus hijos,

dando el brazo a.… la levita

que se pone tu marido.

Te llaman doña Manuela,

llevas guantes y abanico,

y tres papadas te cortan

en la garganta el suspiro.

Nos saludamos de lejos,

como dos desconocidos;

tu marido sube y baja

la chistera; yo me inclino,

y tú sonríes sin gana,

de un modo triste y ridículo.

Pero yo no me doy cuenta

de que hemos envejecido,

porque te sigo queriendo

igual o más que al principio.

Y te veo como entonces,

con tu cintura de lirio,

un jazmín entre los dientes,

de color como el del trigo

y aquella voz que decía:

«¡Cuando tengamos un hijo!»

Y en esas tardes de lluvia,

cuando mueves los bolillos,

y yo paso por tu calle

con mi pena y con mi libro

dices, temblando, entre dientes,

arropada en los visillos:

«¡Ay, si yo con ese hombre

hubiera tenido un hijo! »

  1. CARTA A UN NIÑO QUE NUNCA NACIÓ Oriana Fallaci. Fragmento.

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