-La gente empieza confiándole el día al transporte-, comenta Jhony mientras sus ojos van atentos a la carretera curvilínea que comprende la ‘ruta 7’ de Montebello. Desde el parabrisas se puede contemplar las montañas que, por allá en el horizonte, van liberándose de la neblina que lentamente se va disipando a esta hora de la mañana.
Hoy, por ser domingo, Jhony ha empezado su día laboral a las 7:00 de la mañana; el resto de la semana programa el despertador alrededor de las 5:00. A las 7:50 debe estar en Los Ceibos, uno de los puntos de despacho de las busetas de Montebello, la empresa para la que labora desde hace seis años en la ciudad de Palmira. Antes de encender el vehículo revisa el agua, el aceite y el sistema de frenos. Este protocolo es indispensable para iniciar el recorrido. El combustible lo deja listo desde la noche anterior. Entonces empezamos; hoy me ha permitido ser su copiloto.
-Lo que normalmente hago cuando voy para el control es hablar con Dios. Agradecerle por un día más de trabajo y porque nunca me ha pasado algo grave-, le escucho a Jhony mientras soslayo el paisaje verde que pasa raudo a través de la ventana. Cada 7 minutos debe pasar la ‘ruta 7’; cual si fuera un déjà vu, cada 7 minutos pasan otros compañeros de Jhony. De vez en cuando se saludan o se hacen alguna señal para comunicar si la competencia está próxima. Como anticipándose a mi curiosidad, Jhony responde: -Es por la llamada “guerra del centavo”-. En el sentido literal de la palabra, cada minuto tiene precio.
Jhony Salcedo llegó a Palmira hace más de una década. Y aunque la mayoría de sus 34 años vivió en un pueblo cercano a Ipiales, él se siente un palmirano más. Su acento es ya un empalme armónico entre el dejo pastuso y el argot valluno.
Probablemente todos, en algún momento, habremos usado el servicio de transporte público. Mas, quizá en el trayecto, no habremos notado siquiera el rostro del conductor. El hombre que lleva una marcha veloz –a veces, parsimoniosa-, como queriendo atrapar el tiempo o sugiriendo que se ralentice, avanzando imparable por los relojes invisibles que le controlan.
Todas las busetas de la Montebello están vigiladas satelitalmente. Después de que salgan de Los Ceibos, deben pasar por tres controles -o reloj, como antes le llamaban-. El despachador ya ha estimado la hora en la que deben pasar por cada uno. Tal información aparece en la planilla. Si llegaran a sobrepasar el tiempo, deberán pagar 5 mil pesos de recargo por cada minuto tardío. Después de haber salido a las 7:50 del control, oficialmente ha comenzado el día laboral. -A las 8:02 debemos pasar por el primer control. Los monitores del sistema ven la pantalla llena de punticos verdes. Cada punto es uno de nosotros-.
Ahora, nosotros damos la espalda a las montañas. Cada cierto tiempo sube uno que otro pasajero. Por ser domingo, el movimiento es un poco más lento. Jhony me cuenta que, semanalmente, alterna esta ruta con la que va para Amaime, la ‘ruta 6’. En su oficio, un día se compensa con otro. Hay días flojos y otros muy dinámicos. -A las 6:00 de la tarde, yo ya debo tener para el combustible, el aporte a la empresa y el sueldo de mi día-.
No hay fallas en el sistema y no debe haber enmendaduras en la planilla. A las 8:02 pasamos por el control de Balastrera. Ante el asombro que delata mi lenguaje corporal, Jhony me enseña su reloj. La 1297, como se reconoce la buseta que conduce, ha llegado a tiempo al primer control. Lo mismo sucedió con el de Poblado Comfaunión y con el de la 19. Es un recorrido largo. La ruta comprende desde Los Ceibos, Tablones, Tienda Nueva. Luego en Palmira, pasa para el centro por Versalles, los bomberos, la galería, la estación, la 14 de Llanogrande y regresa por el centro hasta llegar a la 19. De ahí todo es viceversa.
A veces, Jhony se detiene en el camino para comprar un cafecito. -Para nosotros los conductores, el café es vital para disipar el cansancio-. Aún sale humo del vaso, pero como el tiempo no da tregua, se lo va tomando por el camino. La premura de este trabajo, paradójicamente, es no perder centavos por caerse en el tiempo del control. En el Inter de la 19 esperamos unos minutos para ver si llegan más pasajeros. Allí están unos jeeps o piratas, como se les conoce coloquialmente. O bien podríamos entenderlos como la competencia, a la que se le suman los taxis o los buses de la Coodetrans.
Vamos por la segunda vuelta de las 4 que debe hacer Jhony en un día como hoy. De nuevo aparecen las montañas. Todavía no se ocupan los 20 asientos, pero Jhony va sereno. Falta un poco para el final de su jornada. Después del control de la 19, podemos disminuir la prisa, pues debemos llegar hasta Los Ceibos para que el despachador estime los nuevos tiempos del siguiente recorrido. Como era de esperarse, continuamos viendo los otros compañeros de Jhony. De los 20 vehículos que cubren la ‘ruta 7’, hoy trabajan 12, aproximadamente.
Son casi las 10:00. Jhony se detiene en una fritanguería. Los pasajeros son comprensivos y hasta ahora nadie ha manifestado molestia alguna porque el conductor se detenga para comer algo. – Hay pasajeros groseros, pero trato de no detenerme ahí. ¿Usted se imagina tener un inconveniente en la mañana con alguien y pensar en eso todo el día? – Aunque su reflexión es acertada pensaba que solo la experiencia podría haberle ayudado a llegar a tal conclusión. A propósito del almuerzo, Jhony me cuenta que alrededor de las 2:00 se dispone a comer. El tiempo, desde luego, es limitado para hacerlo.
El tramo de la calle destapada de Tablones nos advierte que estamos próximos a llegar a Los Ceibos. No puedo dejar de mencionar la colosal naturaleza de la montaña; desde ahí se ve más cerca. A pesar del ruido estentóreo del motor, el paisaje verde de los corregimientos ofrece un alivio a la agitación que envuelve a una ciudad. Ahí, cerca al río, descienden los últimos pasajeros. De nuevo, Jhony se dirige hacia el despachador. Es la siguiente vuelta.
Esta vez, se suben más pasajeros. Incluso, unos pocos deben ir de pie. Le pregunto a Jhony cuál es la clave para recordar el lugar donde se subió cada uno. -Todo es cuestión de práctica. Debo tener los ojos atentos a todo. Hasta del perrito que se cruza la calle-. Para dar la devuelta mientras va manejando, me comenta que una vez los pasajeros se vayan acercando a él, más o menos se da cuenta con qué billete le van a pagar. -Se debe ser muy ágil contando el dinero-. Además de que, según lo noté, cuando el conductor pregunta “desde dónde viene”, las personas responden honestamente. Entonces, recibe de ellos los 3000 o 2500 pesos, dependiendo si vienen desde Los Ceibos o desde Tienda Nueva (o viceversa).
Ya hemos hecho el recorrido. De nuevo estamos en el Inter de la 19. Jhony me pregunta cómo me ha parecido su trabajo. Con un poco de vergüenza, intento disimular el cansancio que siento en apenas 2 vueltas. Me ofrece un cafecito, pero en panadería hay mucha gente. Nos tomaría mucho tiempo. Mejor continuamos. En el camino le pregunto en qué piensa cuando conduce. -En ganarme el baloto-. Afloran risas cómplices en el ambiente. Decía Benedetti que tan relativo es el tiempo que bastan 5 minutos para imaginarse toda una vida. Me da curiosidad saber qué haría si se ganara un premio de tal magnitud: -descansaría un poco-, responde Jhony mientras en los cristales transparentes de sus gafas se ve el reflejo del rutero rojo de su buseta.
Estando en Los Ceibos, me convida a tomar algo. Parece extraño, pero antes no era muy consciente de todo lo que se puede hacer en 1 minuto. Pensando en la premura del tiempo, me afané en consumir el “algo”. Entonces Jhony me dice que aún hay tiempo. De regreso a Palmira, aparentemente, todo es lo mismo. Pero hay rostros diferentes en los asientos, el sol está más fulgurante. Con un dejo nostálgico, Jhony me cuenta que, en medio del trajín, se siente agradecido, pues algunos de sus compañeros ya no están y salvo la anécdota en la que, accidentalmente, atropelló a una vaca, no ha tenido otra experiencia amarga.
Me quedo en el Inter de la 19. Es un poco más del medio día. La bocina de los carros es disonante para la prudencia del sonido de la que fui presa mientras pasaba por los campos abiertos de algunos tramos de los corregimientos. Jhony continua su recorrido y me quedo con la imagen de un hombre al volante que, ya veloz o parsimonioso, según el paso del tiempo en su reloj, le presta el servicio a una comunidad que cada día espera la 1297, aunque desconozcamos ese número y solo nombremos la ‘ruta 7’.
Leidy Katherine Montenegro Toro
Estudiante de Licenciatura en Literatura (VIII semestre)
Universidad del Valle (sede Palmira)