“Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja”. Proverbio italiano.

En uno de los pocos actos de contrición conocidos de la realeza británica, la reina Isabel, la hija del rey Jorge VI, la emblemática reina de los ingleses, quien lleva en esa condición más de 60 años; en una visita a la devastada Ruanda después del vergonzoso holocausto de 1994, donde murieron millares de personas indefensas de forma absurda y criminal, la gran Isabel, después de hacer una gran donación en libras esterlinas para la causa de los niños huérfanos, tuvo la espontaneidad de retratarse con un pequeño ruandés de ojos vivaces, mejilla con mejilla y sonrisa con sonrisa. Resultado, una foto que indudablemente envidiaría la marca Benetton.

Una vez el fotógrafo y periodista reprodujo la foto, se sorprendió al encontrar en la parte alta de las cabezas un punto negro que la adornaba. Pensando en la existencia de una imperfección, amplio la misma y se encontró que no era un duende tipográfico sino un animal o cosa parecida. Con tacto de cirujano, amplió al máximo la foto y comparando con la anatomía animal de pequeños bichos concluyo que el animalillo era nada menos que un piojo. ¿De quién sería?, del niño ruandés? No, definitivamente no, el niño ruandés, tenía la cabeza absolutamente rapada y según la erudición innegable de las enciclopedias, el piojo se aloja en el cabello. Concluya usted amigo lector de quien era el piojo.

Y como ayuda no despreciable, el diario Daily Express publicó la foto, resaltando el brinco del piojo en el espacio de la cabeza de la Reina a la cabeza del niño ruandés.

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