Un ecologista amigo mío, con cierta fama de loco, asegura que lo único que puede salvar al planeta, de nosotros los humanos, es que llegue pronto el meteoro. Porque, en un simple parpadeo cósmico, pasamos de ser una sociedad primitiva a otra imponente y arrogante, que trabaja como loca por aumentar las metas del crecimiento y el consumismo, malgastando a un planeta finito y exhausto, que se ve a gatas para proveernos de aire, agua, comida, materias primas y confort. Todo esto sin referirnos a las tremendas desigualdades que subsisten.
Desde la Grecia antigua, en el mundo occidental siempre hubo interés por comprender las relaciones entre los organismos y el medio ambiente. Aristóteles, y posteriormente su discípulo Teofrasto, lograron describir dichas relaciones, aunque no explicarlas. En cualquier caso, sus descripciones alumbraron el pensamiento científico hasta la llegada del Renacimiento.
Porque en la edad media, el antropocentrismo feroz establecía que todas las criaturas debían estar bajo el “legítimo” dominio del hombre. Aunque no faltaron voces disidentes como la de Francisco de Asís, quien propendió por el cuidado de la naturaleza, o desde lo científico, los trabajos y descubrimientos del polaco Nicolás Copérnico, complementados por los del italiano Galileo Galilei, que contradijeron la teoría antropocéntrica preconizada por Tolomeo e instauraron la heliocéntrica, que a la postre nos dio chance para que el mundo se alejara unos pasos de los dogmas religiosos.
También fueron fundamentales los estudios sobre la naturaleza, del colosal Alexander Von Humboldt, quien expresó sus temores sobre la deforestación, reveló que la naturaleza era una enorme red interconectada, inspiró a Darwin a realizar sus viajes y advirtió sobre los abusos contra la tierra.
Por supuesto que la ecología le debe mucho al desarrollo de la teoría de la evolución de Darwin de mediados del siglo XIX, aunque es de unánime aceptación que el naturalista y filósofo alemán Haeckel, es el padre de la ecología y el que se inventó dicho término.
Por otra parte, tampoco se puede ignorar que desde 1830, como resultado de la industrialización y la contaminación producida por el uso masivo del carbón, en Londres, Francia y Norteamérica, surgieron las primeras organizaciones con inspiración ecologista.
A principios del siglo XX aumentó la preocupación por las cuestiones medioambientales, no obstante que, dialécticamente, fue una época de expansión del capitalismo y del proceso de industrialización. Pero definitivamente, es en la década de los sesenta del siglo pasado, cuando la ecología toma importancia, dado el incremento de la población, la destrucción del medio ambiente y la utilización indiscriminada de pesticidas y contaminantes. Además, no podemos dejar de lado que las dos guerras mundiales, persuadieron del enorme poder destructivo del hombre.
Dos libros y un informe marcaron el pensamiento ecológico global en el siglo XX: “La primavera Silenciosa” de Raquel Carson, que alertó sobre los peligros que entrañaban los productos químicos artificiales como el DDT. “Los Límites del Crecimiento”, informe que plantea que la industrialización acelerada, el rápido crecimiento de la población, la explotación intensiva de las reservas de materias primas y la destrucción de los ecosistemas terrestres y marinos, habían crecido de manera peligrosa y exponencial. Y “Nuestro Futuro Robado” de Theo Colborn, Dianne Dumanoski y Peter Myers, que hace un repaso sobre los trastornos ocasionados por las sustancias químicas sintéticas en nuestros sistemas hormonales, conocidos como disruptores endocrinos.
Pero el hecho político de máxima trascendencia fue la primera cita orbital de jefes de Estado para discutir el estado del medio ambiente mundial, convocado por la ONU en junio de 1972, en Estocolmo. Los temas ambientales, por fin, habían aterrizado en la agenda global.
En 1987 la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, presentó su primer informe: “Nuestro futuro común”, que enfatiza que había que buscar un nuevo estilo de desarrollo al que llamó “desarrollo sostenible”, que garantizara las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Colombia cambió su Constitución Política en 1991 y se puso a tono con los vientos ambientales que soplaban en el orbe.
En 1992, la cita fue en Río de Janeiro, donde se aprobó un plan de acción mundial para promover el desarrollo sostenible. Como consecuencia, los países adhirieron a un tratado internacional para frenar las emisiones de gases efecto invernadero de origen antrópico, que originan y potencian el cambio climático. Este es el más grande desafío a que se enfrenta el mundo en esta época, aunque subsisten sectores ligados a la industria extractiva y a la ultraderecha, que niegan su existencia e intensifican sus campañas toxicas contra la ciencia y sus investigadores.
La tercera Cumbre fue realizada en Johannesburgo, en el 2002, en medio de la incertidumbre y el pesimismo, con el objetivo de renovar rezagados compromisos políticos y para ratificar varios e importantes tratados internacionales. El Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París han dado resultados agridulces, aunque no se puede desconocer que, en conjunto, las políticas de los países son ahora más contundentes que en el pasado. También se puede decir que ha habido un esfuerzo gigantesco en materia de utilización de energías alternativas.
En Colombia aunque hemos signado la mayoría de los compromisos, estamos rezagados en la implementación de estos. En desarrollo de energías alternativas, estamos muy atrasados con respecto, incluso, a otros países latinoamericanos. La deforestación y la minería continúan desbordadas disminuyendo nuestro patrimonio ambiental y nuestras posibilidades de futuro.
Por eso ¡ojo con el 2022! Esta es la verdadera política que debe debatirse en la próxima contienda electoral. Una firme y adecuada política ambiental unida a una política social, que cambie el modelo extractivista neoliberal, por otro que desarrolle el potencial productivo sin violentar el medio ambiente.
La ecología tiene una misión que no puede acometer sola: salvar el planeta de ese monstruo feroz que somos la propia raza humana, o triunfa, o que hijuetantas, como dice el ecologista loco: ¡Que llegue el meteoro y salve al planeta!