Todo tiempo pasado fue mejor. El otro día asaltaban a la gente, pero no la mataban. Había rateros misericordiosos, que sacaban la plata de la cartera y te la devolvían con los papeles.
Hace años, la prensa narró el caso del anciano a quien unos bandidos altruistas le arrebataron las cajas de dientes, con incrustaciones de oro, para hacerlo figurar en el libro de récords mundiales.
El Tiempo contó que en el norte de Barranquilla, en 2012, unos agentes ficticios confiscaron el cajero de un banco y lo sacaron deslizándolo sobre cáscaras de patilla, extendidas por el piso.
Una banda de maleantes piadosos, rompió la pared de una bodega del barrio Galán de Bogotá, para llevarse 500 cajas de biblias.
Mr. Google registra anécdotas de ladrones intelectuales y recursivos: En 2014, en Bogotá, por la ventana de un bus, un joven en bicicleta le rapó el libro a una monja que iba leyendo. Dos paradas adelante el ladrón le trajo el libro: «Señora, aquí se lo devuelvo. No pude leerlo porque está en inglés. Que tenga buen día».
«Iba para mi casa y un señor se acercó a contarme que a su hijo lo habían secuestrado. Me miró a los ojos y dijo que él sabía que yo era uno de los secuestradores. Yo le dije que estaba confundido y empecé a caminar para escaparme. El tipo me alcanzó y dijo que yo tenía cara de buena persona, que le diera el celular y la billetera para verificar mi identidad, porque él era un detective privado. Si era inocente, en diez minutos volvía con mis cosas, y si no, llamaba a sus colegas del DAS. Me quedé esperando y quince minutos después me di cuenta de que me había robado».
«Vi a una mujer caminando que iba por la calle con una papaya. Me dijo que mi bicicleta tenía un daño grave y que me podía accidentar. Me bajé a revisar la cadena, el manubrio, las llantas. En tanto la señora miraba y decía: “no, ahí no es». Finalmente me pidió que le tuviera la papaya para mostrarme el daño. Se subió el vestido, la vi alzar la pierna, acomodarse en el asiento, me rapó la papaya y se fue pedaleando con tranquilidad».
Ahora, en cambio, los malhechores son descarados y salvajes, roban hasta en el Congreso y en los sitios más vigilados del país, asaltan en la calle, delante de la policía, o le pegan un tiro a alguien por quitarle el celular.
Nos queda el recuerdo de antes. De esos tiempos románticos en que los atracadores tenían ética y eran buenas personas; seguían el reglamento del Buen Ladrón. Una víctima de aquella inseguridad filantrópica,escribió lo siguiente:
Hay que ser un peatón pantalonudo
para andar por la calle sin espanto,
ni temor de arribar al camposanto
sin féretro ni prez, pobre y desnudo.
Quien extiende la mano y da el saludo
se arriesga a que algún prójimo non santo
le zampe burundanga mientras tanto
o le saque la lengua y le eche ñudo.
Iba para el CAM, el otro día,
con versos de mi musa bajo el brazo
y noté que la gente me aplaudía…
Pensaba ya en la gloria del Parnaso,
cuando un tombo me dio un espaldarazo:
¡Era que iba empeloto en plena vía!