Ningún libro que yo recuerde ha mostrado con tanta desolación como rigor, el derrumbe, el desmoronamiento del poder terrenal, como el de El General en su Laberinto de Gabriel García Márquez.

Narra los días postreros de un hombre que había conocido la embriaguez de la gloria en la tempestad de las batallas, en las pasiones con las más bellas damas, en las lisonjas de su sequito de oficiales y, en fin, en el ejercicio de la autoridad, del señorío, de la supremacía. Pero que no se retiró en el momento justo en el que los dioses empezaron a mirarlo con desdén. No atinó en retirarse a tiempo del “vicio de mandar”.

Ese hombre que era el más influyente personaje de América, el mismo que tras veinte años de guerrear a lomo de caballo, le había arrebatado al imperio españolun territorio “cinco veces más vasto que las Europas”. Ahora está vivo de milagro, y evita salir a la calle, porque la muchachada le grita con odio: ¡Longanizo!

Se encuentra solo, flaco, enfermo, sin amor que lo acaricie, sin amigo que lo acompañe, sin descendencia que lo impulse, y sigue vendiendo los saldos pichurrios de una fortuna que había sido la más grande de Latinoamérica.

Pese a que aún está joven, pues solo tiene 47 años, parece septuagenario. Ha renunciado tantas veces sin irse, que ya nadie le cree. “Ni se va ni se muere” cuenta Gabo que han escrito en la pared del edificio arzobispal.  Por fin se le puede ver salir, con su recua, en las primeras luces del 8 de mayo de 1830, rumbo al Caribe, con la esperanza de recobrar su vitalidad en la Europa de su juventud, para volver y retomar lo que es tan suyo:  el poder y la gloria.

Ese hombre esmirriado que baja la cordillera oriental, ese fantasma es, según Gabo, lo que queda de Bolívar. Señala que el único que entendió para donde iba el general, fue un diplomático inglés que reportó a su país de manera oficial y sentenciosa: “El Tiempo que le queda le alcanzará a duras penas para llegar a la tumba”. 

Pocos líderes saben retirarse a tiempo, como lo hizo Giuseppe Garibaldi, quien después de una incesante lucha por la libertad, se retiró a cultivar, en el ocaso de su vida, su huerta, sus flores, sus olivos y a “ser al fin libre”.

Como fue también el caso de Nelson Mandela, quien después de ser considerado un terrorista condenado a cadena perpetua, llegó a ser el primer presidente negro de Sudáfrica en las primeras elecciones interraciales; pero que, pese a su inmensa popularidad, no optó por la reelección y prefirió continuar apaciguando odios. Un anti megalómano sideral.

O, para no ir más lejos, como el presidente guerrillero uruguayo José Mujica, quien al desoír a quienes le imploraban utilizar su poder para permitirse su reelección, se convirtió en un reputado líder mundial que enorgullece al continente con su sabiduría y humildad. “No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las demás cosas no me roben la libertad.

Porque con el expresidente Uribe, la cosa es a otro precio. Es preciso reconocer que es un personaje de inmensa importancia en nuestra historia, pero no tiene ni tendrá jamás la dimensión de Bolívar, pese a su mal conseguido título de “Gran Colombiano”, con el que pretendieron bajar al general del pedestal y colocarlo en su lugar. No es lo mismo ganar varias guerras contra el dominio español, que no saber terminar con un acuerdo, una guerra interna que, sin darse cuenta, ya había ganado. Le dejó, sin querer, servida la bandeja a Santos que si leyó la partitura correctamente. 

Uribe Vélez solo se parece a mi general Bolívar en su adicción al poder y en el arte de montar a caballo. Un poseso del “síndrome de Hubris” que consiste en considerarse a sí mismo como imprescindible, dejándosela fácil al séquito de halagadores, especialistas en sobrealimentar egos. Como ocurrió con el oficioso adulador José Obdulio Gaviria, quien hasta escribió libros de culebrero para intentar convencer a los colombianos, de que el presidente Uribe, simplemente tenía una “inteligencia Superior”, y que libraba una guerra santa contra el terrorismo.  A Dios lo que es de Dios, y a Uribe lo que es de Uribe, decía.

Por adulones como esos, Uribe se quería quedar “de por vida” como presidente. Para su primera reelección hizo cambiar un articulito de la constitución para que se aprobara la reelección inmediata.  y para su segunda reelección, si no se le atraviesa la Corte Constitucional, lo tendríamos aun de presidente, como cualquier Maduro, otro vicioso del poder. 

Ahora que la desastrosa gestión del presidente Duque, la impotencia de la Coalición de la Esperanza, los yerros del exministro Gaviria, el descrédito de los candidatos de la derecha, y la inobjetable consolidación de Petro, lo convierten en el hombre preciso para dirigir el destino de los colombianos, no sobra llamarle la atención, para que siga la ruta de hombres como Garibaldi, Mandela o Mujica, y que por ningún motivo o circunstancia caiga en el abominable vició de mandar, y pueda, al termino de su mandato,  recobrar el inefable goce de la libertad. 

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