Permítanme empezar con esta obviedad: los libros son muy caros, especialmente por acá, en el “tercer mundo”, porque siguen siendo un artículo de lujo, un producto importado desde el “primer mundo”. Con los libros técnicos y en general con los de bajo tiraje, el asunto es aún más crítico. Sin embargo, históricamente su precio ha caído en picada. Veamos.
La primera transacción de que tengo noticia es la fianza que la Biblioteca de Alejandría les pagó a los sacerdotes del Templo de Artemisa por el préstamo del volumen, único y sagrado, de los dramas de Esquilo (recordemos que en la época un libro podía ser historia, ficción y cosmología a la vez). La garantía fue de quince talentos, una suma con la que se podía comprar siete caballos de carrera, doce bailarinas árabes o treinta esclavos nubios (Víctor Hugo, “William Shakespeare”, capítulo IV). El faraón consideró que esto era una ganga, se quedó con “Esquilo” y dio comienzo a la deplorable costumbre de quedarse con los libros.
En este tiempo, “en Egipto una hoja de papiro costaba 35 dólares de 1989 y mucho más en el extranjero, donde tenían que importarlo” (Peter Watson, “Ideas, una historia intelectual de la humanidad”).
En la Roma del siglo II los “Epigramas” de Marcial se conseguían por 108 ases, o 24 sestercios. Con esta bolsa un patricio podía costearse un mes de lupanares, o una noche en un baño termal muy exclusivo, con cena de garbanzos y faisán, vinos de Cerdeña y mujeres que besaban en latín.
Karl Poper cuenta que en la “Apología de Sócrates” Platón les aconseja a sus alumnos la compra de “Sobre la naturaleza” de Anaxágoras, que vale solo un dracma (“dos libras esterlinas de 1984”, calcula Poper). O Platón exagera o Poper minimiza. Un dracma era un precio muy bajo para un libro en Atenas, que tenía un mercado mucho más pequeño que el de la Roma del siglo II, una ciudad que tenía, desde Trajano, bibliotecas en todos los baños públicos y cuyos negocios, los locales y los imperiales, jalonaban su dinámico mercado editorial.
Incluso en el Bajo Medioevo Los libros eran carísimos porque cada ejemplar era copiado a mano y demandaba las pieles de decenas de ovejas (pergamino) o becerros (vitela).
Con la invención de la imprenta y la popularización del papel, el precio cae a plomo pero sigue siendo muy alto. Un libro de gran formato y volumen, como la Biblia Stavelot (468 páginas), requería la piel de 117 animales, y el trabajo de los ilustradores y los copistas podía tardar meses. La Biblia de Gutenberg se vendía por veinte florines el ejemplar en papel y cincuenta en vitela, cuando una casa pequeña de piedra en la ciudad de Mainz costaba noventa florines y un maestro artesano ganaba treinta florines al año.
El pico histórico del mercado moderno es 30,8 millones de dólares. Los pagó Bill Gates por una libreta de cálculos y bocetos de Leonardo da Vinci. Luego Carlos Slim le ofreció compra ¿Cuánto vale? Preguntó. “No tiene precio”, respondió Gates, un hombre pobre comparado con Slim. Yo tampoco la vendería por ninguna plata, querido Bill, ni por los originales de Esquilo, Anaxágoras y Marcial sumados; ni siquiera por una cena con los mejores vinos de Cerdeña, el harén de Salomón y garbanzos del Paraíso.