Arrierías 92
Francisco A. Cifuentes S.
La última vez que tuve noticias de mi amigo Meditavirus fue a raíz de la demolición del Hotel de la Muerte de propiedad de Don Otto, allá en pleno centro de la capital. Esta desastrosa edificación ubicada en la esquina de la Avenida Caracas con Calle 24, estaba pintada de gris, negro y rojo; tenía cinco pisos que día y noche estaban superpoblados de adictos, recicladores, trans, mujeres en ejercicio de prostitución, rebuscadores de toda índole y ladronzuelos de poca monta. Ese feo edificio desafiaba la noche fría y lluviosa y amanecía con el día soleado de la brega de ciertos seres humanos considerados el desecho del capitalismo y la sociedad moderna: personas que ya no poseen un trabajo formal, que subsisten gracias a las sobras del mercado, que realizan oficios que otros nunca harían por asco o dificultad y cuyos rostros asquerosos terminan confundidos entre la neblina y la nube de humo desprendida de sus bocas desdentadas.
Meditabundo inquirió a su compinche Meditavirus acerca de ese parche convertido en ícono de la perdición, pero también en refugio de desheredados: ¿Cuántas personas fueron desplazadas de allí?; a lo que respondió con un cálculo aproximado de 300 individuos que vivían normalmente en esas habitaciones de cartón, sábanas sucias y colchones tirados en el suelo, más unas cien que solían entrar y salir a consumir droga y parchar con alguna muchacha o muchacho.
Había mucho ruido, todos los vehículos pintan locamente, la gente corre, se atraviesa, hay vendedores de cachivaches y chucherías, ahí llegan los recicladores a entregar la merca que han recogido toda la noche de norte a sur y viceversa para lograr pan, tinto y traba. Las prostis y las trans se van acomodando en las esquinas esperando un drogo, un loco o un borracho dispuesto a pagar por sus servicios genitales, bucales o anales, mientras los universitarios se bajan del Transmilenio rápidamente a proseguir las tareas del saber y la investigación. Muchos de los otros son prácticamente analfabetas y otros están en desuso, algunos leen periódicos sucios y mojados, la mayoría conversan poco, solo gritan, susurran, hacen muecas; pero evidentemente existen símbolos, códigos y muchos mensajes cifrados que no entienden los transeúntes citadinos acelerados y asustados.
Meditabundo le ofrece pan y tinto caliente a Meditavirus y, este queda feliz, sin embargo, solicita un cigarrillo – dizque para acompañar este desayunito – Lo enciende con emoción, sopla el café e inicia su sesión alimenticia mañanera, porque no hay más.
Si hermano, comenta Meditavirus, por aquí nunca llegaba la tomba, prácticamente estaban comprados, pues tantos años y esto igual… ahora todo cambió, pues se dice que por aquí va a pasar el Transmilenio o el Metro, la verda yo no sé; pero un mal día llegó la noticia del desalojo. Unos se fueron a instalar al Parque de las Flores, otros por la calle del Cementerio Central, hay amigos debajo de los puentes y otros están vagando de sitio en sitio y de calle en calle, de arriba abajo, mirando pal pavimento o robando si es que tienen fuerzas; los demás están mirando pa los Cerros; pero nada que baja el santo o la virgen a hacer milagros.
Meditavirus recuerda cuando al hotel llegaron unos extranjeros a filmar: Sí, unos locos, peludos, pero con cámaras y luces, se metían por todas partes, conversaban con la gente, incluso con el tal Otto y sus secuaces. Dicen que esa noticia está en las redes y es de la única forma que supieron de nuestra triste existencia. Y ahora, claro, porque la empresa de la construcción – dizque los chinos o no se quienes – necesita justificar la tumbada del edificio.
El progreso con la debida planificación urbana requiere arrasar con lo incómodo, el problema es dónde albergar estos sujetos, qué colocarlos a hacer, cómo volverlos productivos; pero primero es necesario rehabilitarlos, desintoxicarlos y volverlos a colocar en la ruta que la sociedad moderna establece. De lo contrario ellos seguirán deambulando por ahí, haciendo estorbo, dañando la estética urbana, acrecentando la inseguridad y seguir siendo el punto de llegada y el punto de inicio del narcotráfico, su violencia y su muerte.
Dicen que uno de los dueños del edificio ya se había muerto. ¿Eso verdad? Ahí es cuando Meditavirus cuenta esta anécdota, que es ni más ni menos una pieza surrealista o macondiana si se quiere:
Cierto día por la tarde llegó dizque un hijo del dueño con una grabadora grande al hombro y sonaban pasodobles o esa música de toreros. El volumen era muy alto e iban de piso en piso rezando y cantando; pues el tipo fue torero, incluso en el segundo piso hay unos cuernos de vaca expuestos en lo alto. Todos salían de las piezas…putas, maricas y ñeros hicieron el desfile, volvieron a bajar y en el primer piso oraron, prendieron velas y por fin estuvieron en silencio.
Afuera hay un frío que entumece hasta los huesos. Muy cerca se bajan personas de los carros y compran flores, no se si para los difuntos o para adornar las casas o talvez como regalos de amor y amistad. Más allá se ve el denominado Centro Internacional con los edificios de Colpatria, Notariado, Planeación Nacional, Tequendama, Iglesia de San Diego, Museo Nacional y el parque donde a esta hora suelen dormir los desheredados de la urbe. Pero Meditavirus trabaja…si, por ahí anda recogiendo cartón y botellas para comprar más pan, gaseosa y la traba de la noche; pues sin ella no puede dormir.
Otra noche, cuenta Meditavirus que el negro se la pasó peleando con la moza, que es muy loca. Ella dice que él la tiene como esclava sexual, grita toda la noche, le aruña la cara, hasta que el niche se le para y la amenaza de tirarla por la ventana si no se calla. Y ella lo desafía, pues no le tiene miedo, y eso que el mán es matón; pero no, ella se le encara. Por fin le pega en la cara, la tira al colchón y se la come. Todo queda en silencio. Así es la vida en este Hotel de la Muerte.
Por ahí están rondando los venecos, ellos quieren mandar en todo, están sacando del negocio a los narcos del centro de la capital, tienen aquí en el Santafé varias cuadras de puticas que ellos manejan. Escuchan salsa y vallenatos todo el día y toda la noche. Los últimos descuartizados se los achacan a ellos. Los duros están enfierrados y los otros cargan cuchillo y las mujeres venden tinto y putean para sostenerlos. No hay caso con ellos.
Meditabundo le pregunta a Meditavirus si aquí se habla de política y el responde: no, aquí nadie cree en ningún gobierno. Todos son unas gonorreas. Nada pal pobre, todo pa ellos, ese Uribe dizque tiene toda la tierra del mundo, la negra ya anda en helicotero y al Petro no le bastó esa mona bonita, ya consiguió una loba en Panamá. ¿Y los paras qué? Claroo…aquí tienen negocios, muchos torcidos. ¿Y qué dicen los venezolanos? Nadie quiere al tal Maduro, ese ladrón de mierda; por eso todos aquí están en la delincuencia y en el rebusque.
Bueno Meditavirus: ¿es verdad que en ese hotel violan muchachas? Nooo…aquí todas llegan violadas, vienen de la calle, son peganteras y otras ya son ladronas, cosquillean y atracan de lo lindo. Ellas le sirven de escudo a los jíbaros y a los ladrones. Mucho cuidado parce, no se descuide que lo empelotan.
Y es cierto, alguna vez a las tres de la mañana Meditabundo cruzaba los puentes de la 26 para entrar a rumbear al Santafé y había dos hombres jóvenes, cada uno al lado de las barandas, inmediatamente se fue a cruzar le cayó uno con un ladrillo, pero estaba más asustado que la víctima. El otro lo aceleraba para que atracara al cucho y este siguió andando con tranquilidad, el muchacho fue bajando el ladrillo y exclamó: “Ese viejo marica no tiene plata, va a buscar dormida en el parque”. Y así se los ganó de pura bacanería y ellos quedaron pailas.
¿Hermano y volvieron los cristianos a regalar comida? Llegan los fines de semana, primero hay que escucharles el sermón, que es más largo que el de las siete palabras de los católicos. El que se los aguanta, después les dan caldo y pan y hay veces que regalan tamales. Muchos aprovechan para llevar dos y vender uno para comprar una bicha; pues el hambre aguanta y la ansiedad no. Ese es el cuento. Cuando traen regalos, yo no se de dónde sale tanto chino, que cosa tan berraca, salen como hormiguitas por todas partes y haciendo fila, seguro es la única oportunidad que tienen de jugar y reír en este centro tan azaroso.
Por ahí suena la frase del gran filósofo colombiano cuando sentencia “Nadie es eterno en el mundo…Todo lo acaban los años…si con el tiempo no queda / ni la tumba, ni la cruz… no me llores que nadie es eterno / nadie vuelve del sueño profundo”. E inmediatamente un ñerito compra alcohol y Frutiño, enciende un pucho y se pone a tararear la pieza.
Al otro lado de la escena fantasmal hay un punkero vestido de negro agitando los flecos de la chaqueta y mostrando con orgullo los taches, mientras en su grabadora suena a todo volumen el tema de Los Bandoleros: “aunque digan que soy un bandolero donde voy / le doy gracias a Dios / por hoy estar donde esto…soy bandolero como el mister politiquero / que se robó to´ el dinero y lo postularon otra vez… voy a seguir con mi tumbao y con mis ojos colorao”
Si, al otro lado de la realidad están en guerra, hay genocidio tanto en Gaza como en Ucrania, a Trump ya lo postularon…si gana, gana Putin y si pierde gana Israel, he ahí el quid de la cuestión. Mordisco amenaza con morder a Petro, pero este envía a Laurita a frentiar, pues con gripe no avanza la Paz Total y, entre tanto llega la COP26 a ver si definitivamente salvamos el mundo. Chao Meditavirus. Chao Meditabundo. Nos vemos en la próxima evacuación.