– Uno cree que solo será una vez, pero luego esta mierda le gusta y se queda en ello, lo peor es que uno no recuerda a familia ni amigos, mientras esta enrumbado, solo se siente una chimba y que puede con todo, pero cuando se acaba el dinero y no tenés para un gramo, la cosa cambia y se pone turbia.
Me lo dijo Gustavo, mientras sus ojos se quedan mirando el infinito de no sé qué vaina, yo solo lo veía y lo escuchaba tras la pantalla de un teléfono. Aquella historia que empezaba con diversión, terminaba en una más de adicción. Y es que una cosa es la marihuana, que termina siendo un producto natural y otra es el Tutsi, aquella sustancia química que es aún más adictiva que la cocaína, porque estas lo único parecido que tienen es su forma.
El “Tutsi” es una composición de LSD con una proporción del MDMA, son sustancias psicotrópicas, que causan sensación de euforia y tiene efectos alucinógenos.
Gustavo, me cuenta que todo empezó un día en que decidió cambiar (se refería a las rumbas, el trago y las mujeres). Aunque ha sido un tipo de “mundo”, nunca había experimentado con este tipo de sustancias. En medio del cambio, se encontró con la decepción de que su esposa, a la que había hecho sufrir una y mil veces por su comportamiento y su manera de vivir, se cansaba.
Y es que la droga no solo afecta a la persona que las consume, también afecta a las personas que más amamos. La familia es la que sale afectada en primer lugar, son los que están incondicionalmente, cuando los amigos ya no están. Bien decía Rubén Blades en su canción amor y control, “familia es familia y cariño es cariño”. Su esposa estuvo en muchos momentos de dolor, duelo, angustias, alegrías y temores, lo perdono mil veces por ser infiel y por no guardarle lealtad al amor que le juraba. Sin embargo, llego el día en que el dolor propio y la desilusión no dieron más tregua, empezó su rechazo por aquel hombre que solo le estaba causando dolor por instantes de felicidad (creo que ella nunca lo ha dejado de amar, pero tiene el alma cansada y el corazón débil).
Gustavo es solo una ficha en el ajedrez, lo que empezó como una diversión y una forma de alejarse de sus problemas, hasta un poco para llamar la atención lo ha capturado, se ha vuelto preso de algo peor que una cárcel, ha perdido su libertad al estar controlado por aquel polvo que solo le genera daños. Su rostro me genera tristeza, se me hace difícil recordar lo que era, un hombre audaz, capaz, seguro de sí mismo, inteligente y amoroso. Hoy solo veo tristeza, desolación, inseguridad, trata de justificar sus decisiones por el comportamiento que su esposa ha tomado con él, pero no se ha dado cuenta que son sus propias acciones las que causan ese efecto.
Mientras me habla de muchas cosas, yo voy redactando. De repente, se queda callado y yo le pregunto cuál es el motivo por el silencio, me dice que hay algo que no me ha contado y que le duele aún más que su separación. Me dice que está preocupado por sus hijas, Mariana de 13 años y Britany de 7. La madre ha decidido alejarse de él, pero también se ha llevado las niñas, a un lugar no tan bueno para ellas, las ha sacado del colegio, se las llevo para un apartamento donde una familiar de ella que queda en la galería de Manizales, un ambiente turbio, donde se ven las personas más olvidadas de esa ciudad, se niega a que sus hijas estén en ese lugar. Ya no solo sufre una pareja, sino que también sufre un par de niñas que muy probablemente tendrán unos vacíos emocionales inmensos por las decisiones de aquellos padres que solo deciden pensar en sí mismos.
Decido terminar la entrevista, cuelgo mi teléfono y reflexiono sobre esta pequeña familia fragmentada. ¿Qué puedo hacer yo? Solo escribir en una crónica aquello que me afecta, pensar en todos aquellos niños que están pasando por esta misma situación y que nosotros los de afuera del cuadro solo estamos para observar y no podemos hacer nada para el cambio o acaso ¿tú tienes la solución?
Jeimy Yesenia Echeverry Correa
Estudiante de Literatura.
Universidad
del Valle.