SUPREMA LUZ MÍSTICA DEL SIGLO XX
Dijo Anandamayi: “En el universo entero, en todos los estados del ser, en todas las formas está él. Todos los Nombres son Sus nombres. Todas las formas Sus formas, todas las cualidades Sus cualidades y todos los modos de existencia son verdaderamente Suyos”.
Mi encuentro inicial con esta venerable mujer de India, manifestación corporal humana de lo divino; perfumado jardín del conocimiento supremo y la mística sabiduría no librescas ni teóricas; ni producto de previas iniciaciones o ancestrales enseñanzas de otros gurúes; reconocida en oriente y occidente como la más notable y deslumbrante figura del misticismo femenino del siglo XX, y una de las mayores en la historia de la espiritualidad mundial, fue mediante el célebre libro de Paramahansa Yogananda: Autobiografía de un yogui. En el capítulo XLV, titulado La madre bengalí y su inefable gozo, Yogananda rememora con emoción y bellos pormenores narrativos su encuentro con Ananda Moyi Ma: “Yo me había encontrado en la India con muchos hombres de realización espiritual, pero nunca con una mujer de tan elevada estatura espiritual”, afirma conmovido el místico y poeta, agregando una nota de pie de página, “aun cuando inculta, ha sorprendido a los intelectuales con su sabiduría. Sus versos en sánscrito han asombrado a los eruditos”.
Dijo Anandamayi: “¿Cuánto más tiempo pasarás en una posada al lado del camino? ¿No quieres ir a casa? ¡Qué exquisito es todo! Uno está en sí mismo: el caminante, el exilio, el regreso a casa y el hogar. Uno mismo es todo lo que existe”.
Junto a otras históricas fotografías de diversos personajes complementando tan extraordinario documento espiritual contemporáneo, Yogananda incluye aquella donde están él; Bolanath, el esposo y discípulo de la santa, y Anandamayi, siempre vestida con sari blanco. Encarnación de la Divina Madre irradiando compasión, amor y altruismo desde esa escueta fotografía para observadores capaces de contemplar la reveladora plenitud de su beatífica presencia, nada frecuente en el misticismo contemporáneo. Fue mi pórtico de entrada a un ámbito espiritual autónomo, no suscrito a grupos religiosos de ninguna índole, en el cual continúo residiendo con holística certeza de mis elecciones místicas. “Cuando alguien desea realmente a Dios y nada más que a Dios, en su corazón lleva escrito su libro y no necesita ningún otro salido de una imprenta”, aclaraba Ma a doctos académicos; a devotos iletrados y a toda clase de personas acercándosele durante sus incesantes viajes por numerosos lugares de India. En particular, para interrogarla sobre su misericordiosa personalidad. O sobre fundamentos teológicos de su ilimitado, expansivo conocimiento de los sagrados libros de India. O acerca de su formación religiosa, que no requirió de misteriosas iniciaciones por parte de tradicionales gurúes.
Imposible no sentir el influjo espiritual de esa mirada. Millares de personas cuando Anandamayi vivía, y años después de su Mahasamadhi, sintieron y siguen experimentando el llamado que hacía y continúa haciendo, para que el buscador contemple en el mundo otras vías de realización de Dios. Ma, sigue aquí. Intemporal. Accesible siempre mediante aquellas indulgentes sonrisas y maternales miradas que, a lo largo de sus 86 años de vida (1896-1982) emplearía como procedimientos de entrada a otros niveles de conciencia, para centenares de personas que estuvieron a su lado y siguen estando a través de esta vía iniciática: la fotografía. “El momento que pasa no regresa. El tiempo tiene que ser bien utilizado. Solamente cuando se gasta en el esfuerzo de saber «¿quién soy yo?» ha sido bien utilizado”.
Dijo Anandamayi: “Si hay que alcanzar al Eterno, es útil buscarlo en todos y en todo. La búsqueda de la Verdad es el deber del hombre, de manera que pueda avanzar hacia la Inmortalidad”.
Arnaud Desjardins, escritor francés y director de significativos documentales para televisión de su época donde presentaba las ideas, enseñanzas y cotidianidad de notables maestros espirituales del budismo tibetano, del sufismo afgano, el zen japonés y el hinduismo, tuvo la dicha de conocer personalmente a Anandamayi. Aunque en un revelador documental denominado Anandamayi Ma, (Recuerdos de ArnaudDesjardins: 1 y 2), subtitulado en español y accesible en YouTube, donde responde preguntas sobre su conexión espiritual con la santa de India, al final de la entrevista reconoce que “la verdadera manera de hablar de Ma es permanecer en silencio”, en esta etapa de mi vida expreso que, luego de saber sobre la existencia de Anandamayi y regresar con más amplitud bibliográfica a sus enseñanzas; de sentirla tan cercana a mi corazón, sobrecogido por su plenitud espiritual en numerosas fotos que registran sus insondables éxtasis, o su vida corriente; y de saberme observado por ella, me es imposible aceptar el reflexivo consejo de Arnaud. No puedo permanecer silencioso. Ni dejar fluctuar etéreas las palabras por mis sentimientos y emociones. Ni moderar el aluvión de frases de reconocimiento espiritual, cuando en mis lecturas encuentro a la magna mística del siglo XX, pospuesta o subvalorada por su condición femenina, -¡Ma Sri Ma, Jai Jai, Ma!- entre iconografías, biografías y exégesis que en nuestra cultura occidental privilegian trabajos y enseñanzas, cadenas iniciáticas y figuras masculinas. Por ningún motivo silenciaré cuanto pienso y vivo de Anandamayi.
Dijo Anandamayi: “El momento que pasa no regresa. El tiempo tiene que ser bien utilizado. Solamente cuando se gasta en el esfuerzo de saber: ¿quién soy yo?, ha sido bien utilizado”.
Debo rubricar con mis palabras e íntimas vivencias su resplandor histórico, por si algún efecto tienen estos comentarios provincianos en alguien. En alguna mujer que crea en el feminismo místico oriental y busque otros paradigmas de realización individual, más allá del cuerpo y la genitalidad como objetos comerciales. Anandamayi, en una cultura donde por tradición la mujer vive sometida por completo al esposo, descubría siempre los medios ecuánimes para obedecer solo a su kheyala, manifestación espontánea de la voluntad divina. Posiblemente haya alguien por aquí, con búsquedas afines, que en este sombrío tiempo de transhumanismos degradantes reciba su amoroso llamado y quiera conocer detalles biográficos de tan extraordinaria mujer. En su juventud y al final de su vida, Anandamayi tuvo períodos de silencio entre su gente y consigo misma. “Ma con apariencia humana, era visiblemente más que un ser humano. Se podía sentir que era un ser humano que había realizado el despertar, la sabiduría”, afirma Desjardins en la citada entrevista. Esta santa, que de niña dialogaba fraterna con plantas y seres invisibles, en zoomórfica metáfora que habría firmado el poeta bengalí Rabindranath Tagore, se representa como “un ave que ha alzado el vuelo, un ave que es libre de posarse en cualquier rama al azar, para seguidamente volver a levantar su vuelo”.
En el anexo fotográfico de la autobiografía de Paramahansa Yogananda, el testimonial retrato de Nirmalá Súndari Devi –cadencioso nombre femenino que significa Belleza Inmaculada- al lado del místico introductor del ancestral kriya yoga en nuestro medio, continúa siendo significativo para cuantos no hayan tenido conocimiento alguno sobre Anandamayi Ma. Es elemento visual iniciático para millares de personas de heterogéneas culturas seguidoras de diversos credos quienes, al observarlo con atención, y a la vez, como no sucede con fotografías de otros maestros, gurúes y guías espirituales de Oriente, sentirse protectoramente observados por Anandamayi desde el papel, experimentan no solo la extraña y tierna sensación física, sino la certeza interior de establecer algún tipo de proximidad corpórea, emocional, religiosa y afectiva con ella, propiciada por dicha imagen. Hoy por hoy, más próximos aún y más familiarizados con ella gracias a las profusas fotos y videos de distintas etapas cronológicas de su vida, que de Ma abundan en Internet. Yogananda tenía 43 años de edad cuando en Calcuta conoció a la Madre. Sucedió en 1936.
Dijo Anandamayi: “En todo momento mantén tu mente sumergida en el pensamiento de Dios. De modo que no haya forma de que te extravíes por un camino que lleva hacia la desdicha”.
Su sobrina, Amiyo Bose, le había insistido en que por ningún motivo podía irse de India sin conocer a la Madre saturada de gozo. Por su parte, Anandamayi tenía 40 años. Ambos, contemporáneos no solo por las fechas de sus nacimientos sino por sus trascendentales y reconocidas experiencias con lo divino. Yogananda, a través de su maestro Sri Yukteswar. Ma, mediante sus vivencias y autorrealizaciones iniciáticas. Cada uno con sus lenguajes, divulgando sus exclusivas enseñanzas y compartiendo sus experiencias místicas. En un segundo encuentro, Yogananda, después de esta despedirse y subir al tren en una de las atiborradas estaciones, siempre rodeada de numerosos y atentos discípulos que iban con ella a todo lugar por donde Ma se desplazaba, se maravilla al comprobar que “sus ojos no se apartaban jamás de Dios, ya se encontrara en medio de una multitud, en un tren, en un banquete, o sentada en silencio”. Paramahansaji, venía de viajar por diversos lugares de Norteamérica, dando a conocer ancestrales técnicas del Kriya Yoga. Revelando a Occidente la figura histórica del Mahavatar Babaji; mientras Anandamayi -nómada perseverante- quien nunca salió de India, se movilizaba por muchas de sus innumerables provincias. Contemporáneos, el primero nació en 1893; y la segunda, en 1896. En 1946, cuando con éxito inmediato y rotundo dentro del ámbito hispanoamericano se publica la primera edición en español de Autobiografía de un yogui, por aquellas décadas en Colombia no se tenían otros medios impresos mediante los cuales conocer aquí a Anandamayi, diferentes a la fotografía que menciono, junto con el texto que la complementa. Paramahansa es el autor de uno de los más significativos testimonios de sobresalientes personajes del mundo religioso y espiritual que conocieron en persona a la Madre.
“¿Qué hacen quienes contemplan a Dios? Hacen en el tiempo lo que otros harán allá arriba en la eternidad”, escribió el místico alemán Ángelus Silesius, en su libro Peregrino querubínico. Anandamayi dentro del tiempo y los lugares habituales, aunque sus estados de conciencia iban más allá de uno y otros, nos enseñó a contemplar la eternidad en cada minuto a su lado. Yogananda merece destacarse como el primero en introducirla en nuestro medio y con sus referencias a la iluminada santa de oriente, inaugurar vías de conocimiento de la Madre. No fue mucho el espacio que el esclarecido discípulo de Sri Yukteswar le dedicó en su libro. Cuatro páginas, suficientes para visibilizarla por aquellos años, donde el yogui discierne la singularidad de Anandamayi: “Me había encontrado en la India con muchos hombres de realización espiritual, pero nunca con una mujer de tan elevada estatura espiritual. Su gentil rostro estaba iluminado con el gozo inefable que le había valido el nombre de Madre Bendita. Largas y negras trenzas colgaban sueltas sobre su cabeza descubierta. Un punto rojo de pasta de sándalo, colocado en la frente, simbolizaba el ojo espiritual, siempre abierto en su interior. Rostro pequeño, manos pequeñas, pies pequeños, ¡qué contraste con su magnitud espiritual!”.
Dijo Anandamayi: “El único deber indispensable de los seres humanos es permanecer en el recuerdo de Dios”.
El efecto de la fotografía que añade Paramahansa en su libro, componente bhakti para devotos de la prodigiosa santa y para quienes nunca conocían nada de ella, se acentúa al continuar encontrándose uno con más fotografías y videos de sus diferentes fases cronológicas. Como si Anandamayi, estuviera otorgándonos con su cuerpo físico frente a nosotros, en cualquier época que la encontremos, la misericordia de su darsana. Alexander Lipski, autor del libro Vida y enseñanzas de Sri Anandamayi Ma, manifiesta en el prólogo: “Se me despertó el interés por Anandamayi Ma al leer el libro Autobiografía de un yogui. El mío se produjo cuando David Valencia, estudioso de ciencias ocultas, apreciado médico naturista calarqueño, por aquellos días director quindiano del grupo orientalista Luz Divina, dirigido desde Estados Unidos por un turbio gurú, me prestó en 1976 el mencionado libro. Por algún motivo que desconozco, transcurrieron varias décadas antes de reencontrarla en mi vida. Anandamayi, con la inmarchitable sencillez de sus enseñanzas. Plena de amor. Invitándome a su sendero bhakti, rama del yoga afín a mis búsquedas espirituales, irradia de nuevo en mis lecturas, mis prácticas diarias y mis arraigadas convicciones místicas.
Con su prosa contemplativa describiendo personajes, geografías y enseñanzas, mundos internos y exteriores poco frecuentes dentro del misticismo occidental, fue Yogananda el primero en divulgar en Occidente la existencia de la colosal mística moderna. Por aquellos años, no existían en español textos que nos introdujeran en las enseñanzas y vida de Sri Anandamayi Ma.
Dijo Anandamayi: “Afánate por la inmortalidad”.