Arrierías 86

Ernesto Pino.

El artista venezolano Alfredo Sadel, casi logra el sueño dorado de toda su vida: cantar en el Metropolitan Opera House de New York. En 1988, los directivos de uno de los más importantes teatros de ópera del mundo, aprobaron con la máxima exigencia su participación en la programación de 1990. No le alcanzó la quimera. Sadel murió en junio de 1989.

Desde pequeño, Alfredo Sánchez Luna, mostró habilidad y tendencia a seguir los caminos del arte. Su madre Luisa Amelia persistió en que su hijo tuviera una educación calificada, a pesar de no contar con recursos económicos suficientes; y su tía Josefina, con su habilidad de pianista, le inspiró las indescriptibles maravillas de la música. Decía ella, que Alfredo desde los cinco años, construía rudimentarios radios de cartón para cantar en ellos imitando las voces que día y noche sonaban en las emisoras; voces como las de su ídolo Carlos Gardel, Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu, el Trio Matamoros y el Cuarteto Flores. Alguna vez, viendo la película El Zorzal, el niño Alfredo, de manera impensada y en medio de la oscuridad de la sala, elevó su vocecita cantando las canciones que en esos momentos entonaba Carlos Gardel, el protagonista de la cinta. La gente chifló y su madre Luisa Amelia, no tuvo otra opción que abandonar el teatro.

Hay una hipótesis en el mundo artístico que parece ser cierta: a nadie que se meta de artista y especialmente de músico se le augura un futuro promisorio. Su madre no queria pero Alfredo era lo único que deseaba y la fortuna lo llamó. Le ocurrió lo mismo que a otros cantantes latinos como Piero o Víctor Jara, cuando su entrada a una institución religiosa les permitió desarrollar su vocación musical. Al chico Alfredo, la música y el canto se le convirtió en una fijación permanente, hasta el punto de participar en secreto en programas infantiles de la Radiofusora venezolana; claro, con el apoyo de su tía Josefina. Su madre, Luisa Amelia, en contra de “esas tonterías”, como lo repetía a menudo, optó por internarlo en el colegio Salesiano de Sarria en Caracas, para que “pensara en serio”. Allí, por el contrario, encontró en los religiosos Azuara y Sidi, una inesperada complacencia como directores de música y de artes escénicas. El padre Azuara lo escuchó cantar en un pasillo del colegio y quedó tan impresionado con su voz, que lo convenció de estudiar música con todos los sentidos. “Era la voz que esperaba oír algún día en este colegio”, dijo Azuera conmovido. Desde ese momento, Alfredito se fue convirtiendo en artista. El Orfeón Salesiano en 1943, lo llevó por primera vez a cantar en la fiesta de María Auxiliadora. Aún con pantalones cortos, Alfredo cantó el sublime “Ave María” de Schubert. Su interpretación fue tan espléndida, que la misa se detuvo para dar paso a una atronadora salva de aplausos. (Ver “Alfredo Sadel. Semblanzas de un ídolo”. Antonio J. González “Gonzalito”).

Han dicho sus biógrafos y muchos de sus amigos más cercanos, que la voz de Sadel, tenía una especie de “toque afónico”, producido quizás por la difteria que lo había afectado a los 6 años de edad. Ese posible defecto en su voz, según ellos; más bien era un hecho físico virtuoso que le daba a su voz una sensación de cálida intimidad, y aumentaba también el “ángel” artístico de su apuesta figura. (Ibid.).

Los comienzos de la mayoría de los artistas que triunfan, al principio son difíciles y a veces tortuosos. Para Sánchez Luna no fue la excepción. Con cortas actuaciones en la Radiodifusora Venezolana, Alfredo a sus 17 años se presentó en un festival benéfico taurino-musical, donde la estrella de la noche era el gran humorista mejicano Mario Moreno, Cantinflas. Como el comediante demoraba su llegada, los organizadores agotaron la actuación de cantantes veteranos y para llenar más tiempo y entretener a los 12.000 asistentes al Nuevo Circo de Caracas, pusieron en el escenario a Sánchez Luna, cantando María Bonita, la conocida canción de Agustín Lara. Recibió la rechifla más grande de su vida. El público no quería sino a Cantinflas. En 1966, Sánchez Luna convertido en Alfredo Sadel, recordaría esa lejana pesadilla, cuando en el Teatro Nacional de Belgrado, seria ovacionado durante 15 minutos ininterrumpidos, después de cantar la ópera “Tosca” del compositor italiano Giacomo Puccini.

En 1947, el medio de comunicación más importante en Venezuela y en América Latina, era la radio. Si quería triunfar y ser estrella tenía que ser en la radio. Y a Sánchez Luna le llegó ese momento. Fue contratado para participar en el programa máximo de la Radiodifusora Venezolana, llamado “La Caravana Camel”, donde se presentaban los grandes artistas que llegaban a Venezuela. Solo había un pequeño pero significativo detalle, Sánchez Luna, no era nombre de artista y lo tenía que cambiar. Existían muchos Sánchez en la farándula de la época: Magdalena Sánchez (la reina del Cantar Venezolano), Alci Sánchez (cantante de la Billo’s Caracas Boys), Luis Sánchez (el famoso torero Diamante Negro). Sánchez Luna, lo entendió y cambio su nombre artístico por Alfredo Sadel: Alfredo, su nombre; Sadel por la unión de “Sa” su apellido Sánchez y “del” en homenaje a su paradigma Carlos Gardel. ¿Qué hubiese pasado si el artista continuaba con su nombre original? Nadie lo sabe, ni lo sabrá. Misterios del arte y del marketing musical.

Lo que siguió para Sadel, a partir de este momento, fue un éxito notable. Tenía gran voz, figura física y el “ángel” del artista. Además, estaba en el mejor momento del género musical del bolero y de los pasodobles, impulsados con ferviente emoción por la fiesta taurina. Así grabó su primer disco de producción nacional, interpretando el pasodoble “Diamante negro” en homenaje al torero Luis Sánchez, que lo hizo popular y reconocido como cantante joven de gran futuro. Esta canción de 1949 fue récord de ventas en Venezuela. Aun así, Sadel tenía trabajos alternativos como dibujante y caricaturista en el periódico “La Esfera” de Caracas y en la agencia de publicidad McCann Erickson: habilidades desarrolladas desde niño, que ahora le compensaban la falta de ingresos.

Con sus propios y escasos recursos se aventuró a viajar a New York y así empezar un nuevo capítulo como cantante internacional en Estados Unidos y en otros países como Cuba, México, Santo Domingo, Costa Rica. En la Habana, tuvo la oportunidad de grabar con Benny Moré, una de sus mejores canciones llamada “Alma libre”: en los estudios de CMQ en La Habana era la cita de los dos cantantes. Sadel disciplinado y cumplidor y el Benny llegando tarde y con unas copas demás. Sadel se molestó hasta que el Benny soltó la primera estrofa de la canción. La misma fue grabada con algunos errores técnicos, pero no se quiso repetir porque las voces registraban tal intensidad que decidieron dejarla intacta. Esta aventura musical, selló la amistad de los dos artistas y posteriormente le sirvió al Benny cuando tuvo un incidente en Caracas, fue detenido y gracias a Sadel fue liberado. Era la época de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y Sadel para ese momento, era el más relevante gremialista, en su papel de secretario general del Sindicato de Músicos de Venezuela. Solo una canción generó una amistad fuerte y solidaria entre dos monstruos de la canción latinoamericana. (Ver “Alfredo Sadel en la historia de Benny Moré”. telesurtv.net).

En esta primera fase de su actuación artística como cantante de música popular, su esplendor llegó con la grabación del larga duración llamado “Mi canción” con doce canciones creadas por varios de los mejores compositores latinos de boleros de la época. Solo con la mención de varias de ellas, entenderemos la importancia de la aparición de este trabajo. La canción “Morena linda” de Rafael Hernández, “Vereda tropical” de Gonzalo Curiel, “Tu retrato” de Agustín Lara, “Amor de mis amores” de María Teresa Lara (hermana de Agustín y compositora también del bolero “Piensa en mí”). Y “frenesí”, la joya del disco. Tanto “Frenesí” como “Perfidia”, ambas composiciones del gran compositor mexicano Alberto Domínguez, se encuentran en la cima de los mejores boleros de todos los tiempos y Sadel es quizás, sino el mejor, uno de los mejores intérpretes de las dos canciones. “Frenesí”, es inolvidable: “Quiero que vivas sólo para mi/ y que tú vayas por donde yo voy/ para que mi alma sea no más de ti/ bésame con frenesí… Hay en el beso que te di/ alma, piedad, corazón/ dime que sabes tú sentir/ lo mismo que siento yo”. Y “Perfidia”, eternamente vigente. “Mujer, Si puedes tú con Dios hablar/ pregúntale si yo alguna vez/ te he dejado de adorar… Te he buscado dondequiera que yo voy/ y no te puedo hallar/ para que quiero otros besos/ si tus labios no me quieren ya besar”. Es más, estas dos canciones “Frenesí”, “Perfidia” con “Humanidad” del mismo compositor, fueron la trilogía de las canciones antiguerra de la segunda guerra mundial; así las utilizó el gran músico norteamericano Glenn Miller en los frentes de batalla.

Dejemos “Humanidad”, para el final.

Por supuesto, contar la mayoría de éxitos cantados por Sadel, en sus más de 1.000 canciones es un trabajo imposible. Un hecho que, si es incuestionable, es que Sadel como interprete y compositor de la música popular del momento, ya se había consagrado al nivel de los grandes cantantes de la época como Pedro Vargas, Néstor Chayres, Juan Arvizu y Genaro Salinas.

Muchas veces, la fama trae más amor que dinero. Así le ocurrió a Sadel, cuando el enamoradizo Alfredo, cayó en las redes de Rosita Rodríguez, hija del conocido escritor y político Valmore Rodríguez. Fue apadrinado por Mario Moreno “Cantinflas” y por el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt. A sus 31 años, casado y famoso, Sadel tomaría una de las decisiones más importantes de su vida: ir a Milán y estudiar canto lirico. Para ese momento Sadel, se había arriesgado a cantar la zarzuela “Los Gavilanes” en el Teatro Nacional de Caracas. A partir de allí, Sadel entendería que su voz tenía un potencial aun inexplorado para cantar opera, como alguna vez le dijeron en Hollywood, que con su figura y con su voz podría reemplazar las actuaciones cinematográficas del gran tenor norteamericano Mario Lanza (quien no se llamaba Mario sino Alfredo Cocozza y su madre se llamaba María Lanza). Para Sadel, ser cantante de ópera, además era un reto totalmente exótico de un cantante latinoamericano de música popular. Con ello, Sadel buscaría pasar de ser patrimonio musical latinoamericano para convertirse en patrimonio mundial de la humanidad.

Tan solo decir que Sadel, en su rol de cantante lírico, visitó grandes teatros de más de 165 ciudades del mundo, evidencian su importancia en el llamado bel canto, tan escaso de protagonismo por nuestros cantantes latinos. Lo escucharon y lo aplaudieron cientos de miles de personas en teatros icónicos de la ópera mundial representativos como el Teatro Mozarteum de Salzburgo, la Scala de Milán, , el Teatro nacional de Sofia (Bulgaria), el Carnegie Hall de Nueva York, el Teatro Montjuic de Barcelona, España; el Teatro Municipal de Marsella en Francia; el Teatro de la Opera de Budapest en Hungría; el Teatro Bolshoi de Moscú; el Teatro Saint Gallen de Suiza; y por supuesto los teatros Colón de Bogotá y Buenos Aires, el Palacio de Bellas Artes en México DF, el Teatro Carlos Marx de La Habana y el Teatro Teresa Carreño de Caracas. En complemento, una corta lista de las óperas que interpretó son las siguientes: Tosca, la Bohemia de Puccini; La Traviata, Rigoletto, Don Carlo de Verdi; El Barbero de Sevilla de Rossini, Don Giovanni de Mozart, Caballería rusticana de Mascagni, Salomé de Strauss, El Buque fantasma de Wagner…Y no dejo de mencionar cinco zarzuelas hispanas en las que actuó maravillosamente: Los Gavilanes, Luisa Fernanda, La canción del olvido, La Dolorosa y Doña Francisquita. Hay un detalle significativo en la vida musical de Sadel, que le ayudo enormemente en su actuación en el canto lirico: además del español, hablaba cuatro idiomas, francés, inglés, alemán e italiano.

Como diría el historiador venezolano, Manuel Alfredo Rodríguez “…Su caso es único: no creo que jamás haya existido un tenor que haya sido ídolo popular de gran arrastre y a la vez triunfado en los más famosos teatros del mundo, frente a ese exigente y sapiente público del bel canto”. (Ver “Alfredo Sadel. Semblanzas de un ídolo”. Antonio J. González “Gonzalito”).

Hay tres comentarios que quisiera rescatar como una manera justa de entender la importancia de Sadel en la opera mundial. Dijo el señor D. Miroshichenko, director del Teatro Kirov de Leningrado (hoy San Petersburgo): “Su voz es algo extraordinario, bello y mágico”. Por su parte, la revista Review, en 1984, publicó este comentario. “El Metropolitan, podrá tener a Placido Domingo o a Luciano Pavarotti, pero Port Richie, tiene a Alfredo Sánchez Luna. El domingo en la tarde, este superdotado joven tenor suramericano retornó a nosotros para otro concierto, y como siempre lo ha hecho, nos desplomó el teatro encima”. Y el escritor, compositor y director de orquesta austríaco Kurt Pahlen, en su famoso libro “Grandes cantantes de nuestros tiempos”, incluyó a Sadel y lo llamo “deslumbrante”. (Ibid.).

Un solo ejemplo, nos muestra la magnitud de su triunfo: la actuación de Sadel en la opera Tosca, alcanza tales niveles de brillantez, que se ha considerado como la mejor actuación hecha por un cantante lirico. Él interpreta al protagonista Caravaddossi y así lo dijo el diario Izvetia de Moscú: “nunca habíamos visto a un intérprete de Caravadossi caer fusilado sobre un jardín de flores, arrojado por un público delirante”.

Sadel, hasta el final de su carrera artística, sostuvo con sus actuaciones la dualidad de su afición por la música popular y la ópera. Incluso siempre estuvo muy comprometido con el montaje de un plan nacional de la ópera en Venezuela, con la intención de hacer una especie de opera latina, enmarcada en la historia, las costumbres y las vocaciones musicales de los pueblos de la región suramericana. Este proyecto no fue posible y solo pudo realizar con cierto éxito el montaje de las zarzuelas (muy costumbrista frente a la universalidad de la ópera), siempre alegres y cantadas en español. Se quejaba Sadel, que los mismos políticos a los cuales él, alguna vez les ayudó en el exilio en tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez, cuando estuvieron en el poder, lo desconocieron y no lo apoyaron. Siempre fue un hombre solidario con todos los artistas, fueran compatriotas o no.  Repito, tuvo una mano amiga con Benny More y también con Genaro Salinas. A Salinas lo asesinaron en Caracas, por motivos pasionales (se enredó con la actriz Zoé Ducós, quien entonces era la esposa de Miguel Silvio Sanz, funcionario de Seguridad Nacional, la policía política de la dictadura), cuando apenas tenía 39 años y ya era una luminaria del mundo del bolero. Sadel se hizo cargo de todos los gastos del funeral y la repatriación de su cuerpo a México.

En nuestro medio latino, Sadel es más conocido por sus canciones populares, especialmente por las circunstancias especiales de varias de ellas. Por ejemplo, la canción “Escríbeme”, del compositor venezolano Guillermo Castillo Bustamante, quien era preso político de la dictadura. Sadel, en 1958, se presentó en el Show de las doce, el más popular programa de la televisión de la época y sin ningún miedo anunció la canción como un homenaje a su autor; quien la había escrito en la cárcel de Ciudad Bolívar, cuando no le llegó una carta de su hija Inés, que era el contacto entre él, sus hijos y su esposa Inés Pacheco que estaba en otra cárcel. Sadel la cantó y con presteza salió del país; y la canción se convirtió en himno de los presos políticos: “Son tus cartas mi esperanza/ mis temores, mi alegría/ y aunque sean tonterías/ escríbeme, escríbeme… Me hacen más falta tus cartas/ que la misma vida mía/ lo mejor morir sería/si algún día me olvidaras…

Con otras canciones, Sadel dio muestra de su talento como autor. Casi 100 canciones y algunas muy conocidas como, Di, Cuenta mi alma, Al Galope, Canta arpa. “Di”, fue grabada en los estudios de Radio Progreso de La Habana y hacia parte de un larga duración de 12 canciones. Faltaba solo una para completar el trabajo. Sadel pidió un receso de una hora. Al regreso llegó con la letra y la música de esta maravillosa canción, que es una de las más escuchadas de su repertorio. Tanto “Di”, como “Cuenta mi alma”, fueron compuestas por Sadel y dedicadas a una mujer, entre muchas; que el cantante idealizó: se trataba de Alicia Figueroa, vedette cubana y estrella de los años 50 en el famoso cabaret Tropicana de La Habana. A propósito de la relación de Sadel con las mujeres, resaltamos dos historias que lo muestran como un galán a favor y en contra: la soprano serbia, Mulka Stojanovich, gran figura del Metropolitan, en una de sus presentaciones en Zagreb, la capital de Croacia, coincidió con Sadel y se enamoró perdidamente del venezolano. Sin embargo, Sadel la evadió al darse cuenta, que el marido de Mulka, medía 2 metros de altura, pesaba 110 kilos y le hacia el amor 4 veces al día durante 365 días. Conquistando a la cantante venezolana Josefina Cordieles (más conocida como Marisela), Sadel hizo hasta lo imposible por llevarle una serenata romántica a su casa, nada menos que con el trio Los Panchos, sus amigos y famosos boleristas mejicanos. Ellos cantaron toda la noche y ella nunca apareció. No estaba en casa.

En 1987, una de tantas veces que se presentó en Medellín, donde era un ídolo insuperable, coincidió con el asesinato del líder Héctor Abad Gómez, presidente del Comité Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos Seccional de Antioquia. En sus bolsillos encontraron las boletas del concierto de Sadel. La leyenda dice que estaban junto a una copia del poema de Jorge Luis Borges, “Aquí, Hoy” y que luego daría nombre e inspiración a la novela “El olvido que seremos” del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. (Ibid.)

Alfredo Sadel, casi logra el sueño dorado de toda su vida: cantar en el Metropolitan Opera House de New York. En 1967, Sadel no pasó las pruebas de canto exigidas por las directivas de este teatro, y que tenían que ver con la corta tesitura que limitaba los agudos de su voz. Ellos eran amantes de los agudos impactantes. A Sadel, esto se le convirtió en una obsesión musical y se preparó para alcanzarla durante 21 años. En 1988, los directivos de uno de los más importantes teatros de ópera del mundo, aprobaron con la máxima exigencia su participación en la programación de 1990. No le alcanzo la quimera. Sadel murio el 28 de junio de 1989.

Hay una canción ya referida, que se llama Humanidad, del compositor mexicano Alberto Domínguez y que, en la inestable situación del planeta por cuenta de la codicia de una minoría, siempre será referente de una canción antiguerra. La interpretación de Sadel es magistral.

HUMANIDAD

Autor: Alberto Domínguez

Interprete: Alfredo Sadel

Oye

lo que yo te canto

perlas de mi llanto

para tu collar

Sabes

que te quiero mucho

y quien nos separa

es la humanidad

Humanidad

Hasta dónde nos vas a llevar

por tu trágico sino

cuál será mi destino

Humanidad

Yo de sangre te he visto teñir

pobrecito del mundo

pobrecito de mí

Si rodando los dos por el mundo

un encuentro nos diera el acaso

sólo un beso, tal vez un abrazo

te daré, nada más te daré

Humanidad

Hoy de ti me separa el deber

quiera Dios que mañana

nos volvamos a ver

Si rodando los dos por el mundo

un encuentro nos diera el acaso

sólo un beso, tal vez un abrazo

te daré, nada más te daré

Humanidad

Hoy de ti me separa el deber

quiera Dios que mañana

nos volvamos a ver

nos volvamos a ver.

En este enlace, la puedes escuchar:

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Join the discussion One Comment

  • Edgar Zuñiga dice:

    Estupenda narrativa historica de un Gran Referente del Cancionero Ibero Americano.
    Asi SE la rinde tributo a Nuestra tradicion Cultural.
    Adelante.. Avanti..🎼🎶🎵

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