Mi perro escuchó ese taciturno tema de música klezmer y movió sus orejas.
Mi madre en el patio de la casa, hoy no vinieron las cinco palomas que siempre llegan temprano, mi madre en el patio solitario mientras recogía gardenias marchitas, también escuchó ese melancólico tema de música klezmer.
Y mi madre y mi perro.
El amigo que en ese momento me llamó por celular y a quien respondí con monosílabas, también escuchó ese nostálgico tema de música klezmer.
Madre y mi perro y mi amigo.
Y en algún sitio no sé dónde, yo. También con algo mío.
Aunque la música la canten otros y otros la compongan siempre hay mucho de uno en ella.
De una u otra forma, mucho de uno,
de una y otra forma, en ella
de tantas formas mientras escuchábamos ese melancólico tema
de música klezmer,
mientras tanta melancolía me desgarraba,
y ese clarinete me colmaba de heridas resumiendo la tragedia de todos los pueblos y todos los hombres sin importar sus credos,
y también
las soledades y angustias de cualquier ser humano, todos escuchábamos ese patético tema de música klezmer
cuyas quejas tejieron de algún modo los momentos de existencia, cambiando el instante de cada uno, aunque mi perro no lo sabía.
Y mi madre no lo habría entendido. Pero recogía gardenias marchitas y ayer cumplió 90 años mi madre.
Y mi amigo ya no estaba en su celular. Estaría enviando y reenviando mensajes.
Y el mendigo se habría ido al ver que nadie lo atendía.
Sí, el mendigo que debió escuchar también algo del tema de música klezmer.
No había dicho que un mendigo
acosaba en la puerta de mi hogar con sus reiterados toques y algunas palabras
que no voy a corear aquí, para no hacer más dramática
la voz del clarinete y del tema klezmer,
The Klezmer’s Freilach.
Y mi amigo quien me dijo no creo que escuches
cuanto te digo porque estás impregnado con esa extraña música,
tampoco lo hubiera escuchado hasta el final.
De cualquier manera, todos escuchamos el melancólico tema que cambió
por completo mi relación con ellos en ese momento.
Mi madre,
El perro,
El mendigo,
El amigo,
Giora,
Si no hubiera habido música nada habría sucedido.
Posiblemente yo no hubiera estado allí.
O hubiera faltado cualquiera de los elementos enumerados.
Por sobre nosotros
permanecía esa música conmovedora llenando la habitación.
El clarinete era un bisturí de cuatro filos,
inmisericorde con su queja.
Aunque no hubiera nadie más allí,
cambiaba mi relación con todo el mundo.
Con el pasado del cual ya nada había.
Solo el intérprete, Giora Feidman.
The Klezmer’s Freilach
con el presente, desvaneciéndose para cederle su espacio
a la música y con el futuro moldeado por la melancólica belleza
del aullido hecho susurro y de este creciendo hasta transformarse en danza.