Qué pequeña odisea vivió Lucas Yarumales con el aprendizaje de sus primeras letras:

Uno o dos años antes de matricularlo en el colegio Los Ángeles, de Armenia, su abuela Mariana Esther improvisó una “escuela” en el corredor de la casa, a la que asistirían como únicos alumnos: Zoraida y Lucas.

Sus almas repletas de felicidad auguraban risas, alegría, recreo eterno; hacían comentarios y reían ingenuos sin sospechar lo que pasaría… La abuela invitó a sentarse en la banca larga que construyó para tal fin Luis Carlos, el papá de Lucas, ubicada en el ancho y largo “corredor de clases”. La abuela contaba como materiales de trabajo: un tablero de hule pegado a la pared de bahareque, tizas de colores, almohadilla, y regla de madera con finalidad desconocida.

En el naranjo del patio cantaban aves pasajeras; por entre materas y plantas cacareaban o corrían perseguidas por el gallo insaciable tres gallinas agotadas de cortejos, y el limonero florecía de blanco.

La abuela con todo el rigor y orden que exige una clase, comenzó con llamado a lista: Zoraida, Lucas… Presente, contestaron en coro. Como la abuela era rezandera, asistía a misa con rebozo, comulgaba, oraba a madrugada, mediodía y noche, y no perdía procesión con santos de yeso y túnica, primero les hizo rezar un padrenuestro, tres avemarías, y para sellar la tanda religiosa, una invocación al espíritu santo; y aún de rodillas, prometer que guardarían compostura y prestar atención.

Bueno, primero aprendamos cómo escribir la a, dijo. Es muy fácil. Sacó la tiza blanca de una bolsita de tela roja. La hacemos así, y empezó a trazar con lentitud la primera vocal, hacemos una ruedita…, así…, le sacamos una colita, así, no para el otro lado, ni muy corta ni larga… ¿ven qué fácil?

Y los alumnos al unísono, sí, sí, sí, abuelita.

A ver, salga Lucas.

La mano le temblaba cuando tomó la tiza. Sentía que el miedo tremendo lo hacía sudar frío. Le parecía que el tablero iba a tragarlo. Prefería quedarse sentado y llegó a pensar que lo mejor sería salir, pero corriendo, qué importaba que se quedara bruto para siempre. Pero la abuela descubrió su temor, fue en su ayuda y tomando su mano entre la suya dijo, déjese llevar así, y dirigió su mano que por momentos se pegaba al hule negro y dejaba rastros de sudor. Ven qué fácil. ¡Es facilísimo! A ver haga una solo… y lo dejó desamparado ante el tablero. Lucas la miró angustiado, como buscando auxilio en sus ojos miel. Sentía ganas de llorar.

Al fin, sin poder contener el temblor que lo sacudía, empezó a trazar su primera a. Hizo la “ruedita”, que tenía más de cuadrado que de ruedita, le puso la colita, pero fue tan benévolo que la tal colita parecía viva, pues su pulso se agitaba tanto que en vez una “a” de trazos suaves y uniformes, era una “a” de líneas bruscas y vibrátiles como un espermatozoide. Para ser la primera no está mal, mijo. Se sentó apenado, y a pesar del ánimo que le infundía la abuela, sintió desaliento cuando la abuela dijo:

No está muy bien. Así es. Pero la próxima le quedará mejor. A ver, salga… Y salió su hermana.

Se avergonzó. A ella no le temblaba la mano ni mostró miedo al caminar hacia el tablero. Cómo era posible si Lucas hasta deseos de llorar sintió, y ahora resultaba que ella era más tranquila, escribió el narrador que este punto ya reía. No, eso no lo podía permitir. Estaba seguro que apenas Zoraida estuviera frente al tablero se pondría a llorar y temblar, pero no fue así. 

Hizo una “a” tan perfecta que al instante Lucas sintió envidia y se echó a llorar a moco tendido y a hipar sin control.¿Qué pasa mijito?, preguntó la abuela intrigada por el llanto repentino. Luego, como comprendiera la razón de las lágrimas, dijo: ahora verá trabajos, no sólo que no es capaz de hacer las cosas bien, sino que se pone a llorar. ¡Avemaría! ¡No faltaba más! ¿Será que le cambio reglazo por zurriago?

Ante la amenaza Lucas sintió su orgullo herido. La verdad, quiso ser el primero en hacer su primera “a” perfecta, pero resultó que su hermana lo dejó atrás, lo superó.

Todo se volvió gris; lo que acababa de decir la abuela le dolió bastante. Ya no lloró. Gritó y brincó en venganza por la ofensa que creía le hicieron y corrió al patio, pero

“Donde manda capitán no manda marinero”, y sin saber cómo ni cuándo, sintió en su oreja la fuerza de un alicate que la agarraba: no eran nada más ni menos que los dedos de la abuela que en su tarea de aplicarle su “torniquete”, su primera reprimenda escolar, tironeaban hasta casi arrancarla oreja sin compasión.

¡Con que muy rebelde, no! ¡Y de mucho berrinche! ¡Vamos a ver si es que deja la cosita, el resabio que tiene!

Lucas sintió que la oreja se desprendía con ardor de su base, pues la abuela la retorcía de tal manera, que no otra cosa podía sentir; sus gritos subieron de tonalidad y recorrieron el “corredor de clases” hasta perderse en el patio donde gallinas y gallo, atentos, casi inmóviles, apenas paraban oreja y parpadeaban, describe el narrador.

La ira que lo invadía le hizo pensar en tirarse al suelo para escapar al “torniquete” pero no podía: si lo hacía corría el peligro de perder su oreja, y que la abuela se paseara con ella como torero en plaza con lleno hasta las banderas. Entonces optó por quedarse quieto. Sumiso se dejó conducir, a lo largo del que llamaremos ahora “corredor del castigo”, por la abuela que cada vez apretaba más y más su oreja hirviendo de calor y dolor hasta la cocina en donde ya sabía qué lo esperaba.

Cuando descubrió que la abuela no llevaba la regla de madera, trató de aferrarse con desesperación a las macanas de la barandilla del corredor, pero no pudo. La abuela tenía todo previsto: sabía que si Lucas lograba asirse a una de ellas, necesitaría más de una persona o una grúa para zafarlo de allí, así que, lo hizo ponerse al lado de la pared, y así lo llevo tras la puerta de la cocina, en donde Lucas sabía que colgaba el zurriago de cuero curtido y retorcido.

Pero…lo que siguió no lo esperaba abuela: ¡la correa no estaba allí! Alguien la escondió. Lucas no, ¿quizás el diablo o su hermana? Por un momento se creyó a salvo, pero… ¿dónde está la correa? ¿Quién la escondió?, preguntó la abuela. Yo no fui, dijo Lucas, quien viendo su oportunidad de vengarse, acusó a su hermana. Zoraida, haga el favor de traérmela sino quiere que le dé una pela también.

Su hermana fue por ella. Apenas la recibió la abuela, empezó a castigarlo. Entonces entró en juego la vieja treta entre ellos: Si castigaban a su hermana, Lucas se ponía a llorar para que no le pegaran, y ella hacía lo mismo cuando Lucas fuera el apaleado. Pero no surtió efecto porque, oh fatalidad, sobre su hermana también cayeron zurriagazos, y aquí si no hubo más que llorar en realidad, y a dúo. No, mamita, nosotros no lo volvemos a hacer, suplicaban. ¿No lo vuelven a hacer? No, mamita, no.

Compadecida, los soltó. Corrieron a llorar bajo limonero y gallinas y gallo huyeron espantadas a cacarear burlonas entre las materas florecidas del patio. Rato después, la abuela fue por la tía Margarita que, durante la reprimenda, fue desde la cocina, testigo mudo y silencioso oyente.

No pasó mucho tiempo cuando los llamaron a la cocina. No pensaron ir por temor a repetición o segunda dosis del sustancioso zurriago. Se asomaron a la puerta, compungidos, doloridos, temerosos.

Quizás arrepentidas, les dieron tazas de chocolate y tostadas con mantequilla, quecomieron con desgano. Luego, reprimiendo su rabia y deseosos de protestarterminaron dormidos bajo la cama de abuela.

Por la noche, en su cama, Lucas todavía hipaba bajo las cobijas. ¡Qué iba a imaginar que la supuesta alegría de la primera clase se convertiría en llanto y mocos!

Siguieron muchas “clases”, en las que aprendieron tanto, que al “finalizar el año” sabían leer, escribir, sumar y algo de restar. No faltando como se puede adivinar, una que otra “pela”, “muenda” o “tunda” con zurriago, mocos y llanto.

Acá el narrador suspende su risa y continúa para terminar:

Cuando dos años después anunciaron que sería matriculado en el colegio Los Ángeles la felicidad desbordó a Yarumales. Por las noches acudían a su mente multitud de imágenes: caminando hacia el colegio con el maletín a la espalda repleto de cuadernos, borradores y lápices, y la imagen más atrevida aún: el pecho cubierto de medallas al mérito escolar; repitiendo un trozo de algo que leyó como práctica, o recitando el a, e, i, o, u. La noche anterior a su primer día de colegio se acostó temprano, sin sospechar que la vida, como a todos, lo esperaba para enseñarle, le gustara  o no, zurriago en mano.

Sobre pupitre verde de pino, noviembre 15 de 1967

ABUELA TE RECUERDO

Pasaron veintisiete años y el narrador perdido el rastro su amigo de niñez, Lucas Yarumales, comentó en una cafetería de Armenia a su amigo el aprendiz de letrista: “aproveché la historia de las primeras letras que me contó Lucas para escribir este texto”. Su amigo elaprendiz leyó con atención. Comentaron largo rato cuánto significaron sus abuelas y abuelosen sus vidas. “¿Me lo prestas para leerlo en casa?”. “Claro que sí, ni más faltaba…”.  Se despidieron.

Una mañana se encontraron en la misma cafetería, el aprendiz entregó al narrador el texto que guardaba en su billetera, y dijo: “Es una canción, una danza que compuse con cariño…”. El aprendiz agradeció al narrador, y agregó: Tu escrito, El zurriago de la abuela, me sirvió para escribir Abuela te recuerdo…Léelo con cuidado, amigo… ”.

Sus papeles se invirtieron: el narrador leyó una y otra vez el texto de su amigo el aprendiz, y dijo:

¿Cómo dice, mejor, cómo se canta?

Así…escucha…

La voz del aprendiz de letrista leyó su letra al ritmo de los golpes suaves que daba sobre la mesa, y que servían como su acompañamiento.

ABUELA TE RECUERDO

Danza

Septiembre 14 de 1994

Intérprete: Mauricio Arroyave Duque

Las manos de mi abuela

Tejen hilos de esperanzas

Mientras sus ojos cansados

Me ven llegar de la escuela

Los recuerdos de mi abuela

Yo los llevo en mis cuadernos

Garabatos amarillos

Derroteros de un destino

En la casa nos quedaron

Sus agujas y un dedal

Un misal envejecido

Y sus gafas de cristal

Recordemos sus consejos

Sus caricias sus regaños

Y unas pantuflas de lana

Y un rosario en concha nácar

Las historias que contaba

Cuando éramos chiquillos

Se quedaron en el tiempo

Las conservo con cariño

Yo quisiera hoy en día

Descansar en su regazo

Esta frente tan cansada

Y sus besos me bendigan

Luis Carlos Vélez Barrios

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