Publicado en El Espectador

“La frialdad, la negación y el cinismo también sirven para construir el relato del horror. Hay que saber leerlo”, decía en un trino el periodista Félix de Bedout a propósito del encuentro que tuvieron el lunes el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, y los comisionados Lucía González y Leyner Palacios con el expresidente Álvaro Uribe. Y agregaba que el encuentro le había parecido útil.

Patricia Lara S.

Pero además de útil fue importante porque la Comisión de la Verdad —que escucha a quienes quieran dar su versión sobre el conflicto armado, les hace preguntas, contrasta las versiones y llega a conclusiones— no podía dejar de oír a uno de los expresidentes, quien además de ser el mayor opositor al Acuerdo de Paz con las Farc es el jefe del partido de gobierno.

A Uribe había que entrevistarlo a como diera lugar, así fuera en medio de relinchos de caballos y gritos de papagayos, rodeado de hijos malhablados y groseros. (Con el montaje de ese escenario, quien quedó muy mal fue Uribe, no Pacho de Roux). Porque si la Comisión de la Verdad elabora su informe final sin haberlo escuchado, tendrían argumentos para decir que es tan parcializada que ni siquiera tuvo en cuenta la opinión del expresidente, quien representa a cerca de esa tercera parte del país que, como él, se opone al Acuerdo de Paz.

Como dice el padre, en La Habana se hizo la paz entre el Estado y las Farc, pero falta mucho para que la sociedad se reconcilie. Para lograr esa reconciliación, Uribe, si lo quisiera, podría jugar un papel fundamental. De manera que, aunque parezca misión imposible, nada se pierde con que el padre De Roux le ruegue que tenga un poco de generosidad y apoye la paz. A lo mejor Uribe, ante sus ruegos, sienta que antes de llegar al tribunal de Dios le conviene pedirles perdón a las madres de los 6.402 jóvenes asesinados por el Ejército, en virtud de la presión por resultados que él ejerció sobre la institución.

Pero, además, en las respuestas y la actitud de Uribe quedaron en evidencia su frialdad, su negación y su cinismo: de los falsos positivos, tema sobre el que tan enfáticamente lo interrogó el padre, dijo que sus soldados lo habían engañado (¿qué dice el Ejército sobre semejante afirmación?); no aceptó la más mínima responsabilidad, no demostró sentir arrepentimiento ni empatía ante el sufrimiento de las víctimas, a quienes no acepta que se les llame así; se enfureció cuando el presidente de la Comisión de la Verdad le dijo que en el 2008 (entonces Santos era el ministro de Defensa), al tomarse la decisión de destituir a 27 oficiales involucrados en los falsos positivos, estos bajaron de 1.000 a 14 en el año siguiente; se quedó impávido ante la afirmación del padre de que es “muy difícil decir que (los responsables de los falsos positivos) fueron manzanas podridas”, porque fueron muchos; en fin, tuvo nula capacidad de autocrítica. Sin embargo, Uribe aceptó que hubo connivencia entre militares y paramilitares, pero, eso sí, dijo que él la había acabado porque desmovilizó a los paras. (No obstante, la connivencia siguió).

En fin, es mucho lo que se puede decir de ese encuentro. Y falta saber lo que pasó en la reunión privada que siguió a continuación. Pero lo que queda claro es que la Comisión de la Verdad hizo su tarea de escucha y que Francisco de Roux se erigió como un David de una estatura moral muy grande, que no se amedrentó ante Goliat.

Mi apoyo y respeto para Pacho de Roux.

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