Hace pocos días, en tertuliadero de café en Caicedonia, un amigo me expresó una inquietud que andaba rodando en su cerebro desde hace algún tiempo:
- Mario, ¿usted porqué escribe tanto sobre conflicto armados, sobre violencia, sobre derechos humanos y sobre historia? ¿Para qué nos sirve la historia si son cosas ya pasadas que no pueden solucionarse si han originado problemas? Escribir sobre torturas, asesinatos, campos de concentración y desplazamientos,
¿No es seguir abriendo heridas ya cerradas y volver a incitar recuerdos sobre actos violentos?
Lo miré a los ojos y, reflexivamente antes de dar una respuesta, intuí sobre su desconocimiento real del mundo, lo que pasa entre las relaciones de los seres humanos; su ingenuidad por creer que hay unos personajes de la historia que son buenos por naturaleza y que hay otros malos, también por naturaleza, sin saber el origen real de sus reacciones a través de la violencia.
Su inquietud me hizo retroceder en el tiempo y me llevó a una situación penosa e inimaginable en un centro de formación superior donde fui invitado -hacía poco había desempolvado maletas de mis estudios en la Universidad Carlos III de Madrid)- para dar una conferencia sobre el conflicto armado en Colombia. Estudiantes de la facultad de derecho y de otras disciplinas, profesores y algunos invitados especiales escucharon mis explicaciones con base en videos muy crudos sobre tomas guerrilleras, asesinatos de campesinos, soldados y policías, en fin, la real y verdadera historia de Colombia.
Cuando terminé mi trabajo, fui citado a la decanatura de la facultad porque un profesor se quejó de la crudeza de los videos y porqué removía recuerdos tan ingratos en el alma de nuestro país.
- Señor decano, ¿por qué los estudiantes de derecho, especialmente aquellos que cursan o les gusta lo penal, deben desconocer la realidad palpable de Colombia?, los orígenes del conflicto armado en nuestro país tienen escritos, versiones, estudios profundos que deben ser del conocimiento de los estudiantes y, creo yo, de todos los colombianos, precisamente para que no repitamos esa trágica historia de sangre, asaltos y terror que hemos vivido y estamos viviendo.
Por supuesto, el decano me dio la razón.
He seguido leyendo, indagando y escribiendo sobre el tema. Los horrores de la guerra, la discriminación, las constantes violaciones de derechos humanos en todo el planeta; la subyugación de la mujer por criterios fundamentalistas religiosos y/o políticos; el hambre y la miseria que general los conflictos armados con millones de desplazados deambulando por el mundo con la mirada perdida en la desesperanza en medio de lágrimas y permanente llorar de los hijos famélicos y muriendo ante un mundo materialista e impávido. No entiendo, de verdad, no entiendo tanta miseria y sufrimiento de millones de seres en el mundo, como tampoco entiendo los desplazamientos y la violencia del pueblo colombiano en medio de la riqueza en un país que todo lo tiene y, sim embargo, esa riqueza es de unos pocos y la vida de indignidad para la gran mayoría, para millones de colombianos.
Muchos de los jóvenes colombianos que luchan por un cupo en las universidades no conocen la realidad del país y esta es una verdad de a puño. Apenas un poco de ellos vivieron el derramamiento de sangre generado por grupos mafiosos en cabeza de Pablo Escobar y la gran mayoría tienen la referencia por informes de prensa o relatos de sus padres. Esa misma generación de jóvenes desconoce los orígenes de la violencia en Colombia, del derramamiento de sangre de miles de colombianos; de familias destruidas por la insania de una aparente lucha política cuyos objetivos centrales tenían que ver con la propiedad de la tierra y el apoderamiento de la misma a través de las armas.
Desconoce, también, que muchos de esos campesinos desplazados empezaron a actuar como autodefensas que luego generaron los grandes grupos guerrilleros que han asolado a Colombia por más de 60 años; desconocen la infamia de los secuestros, de la siembra de minas antipersona en los campos colombianos que más que afectar a los enfrentados en armas destrozaron y asesinaron campesinos; esos jóvenes conocen muy tangencialmente el horror de los campos de concentración -parecidos a los campos nazis o los gulag estalinianos- donde encerraron como animales a miles de soldados, policías y civiles secuestrados por una paga, por un dinero. Delito execrable.
¿Se entiende, entonces, por qué el afán de escribir sobre un tema que duele y que es tabú para gran parte del pueblo colombiano?
Parece ser que el azar me fuese llevando por ese camino del conocimiento de la historia trágica de Colombia y el mundo. No en vano la experiencia de vivir en un pueblo como Caicedonia donde la llamada violencia política llevó a la muerte a seres humanos de los dos bandos partidistas, liberales y conservadores, gente buena, trabajadora cuyo único mal fue pensar o tener banderas políticas encontradas con violentos, extremistas o fundamentalistas políticos. Madres viudas con niños y adolescentes que tuvieron que abandonar todo, dejando atrás recuerdos y posesiones, situación que se repetía en casi toda Colombia. Esa ha sido nuestra violencia y el desconocimiento sobre sus orígenes y desenvolvimiento es general. Esas vivencias más mi formación académica en el área de las ciencias sociales me llevó a profundizar en el tema y tratar de hacer pedagogía sobre la fatalidad de la guerra.
Hace poco, un eminente médico cirujano Caicedonita, el Doctor Marco Emilio Ocampo, conociendo de mis inquietudes académicas sobre el tema, me regaló dos libros que me llevaron, nuevamente, a recordar el sufrimiento del ser humano por lasguerras apocalípticas que han asolado al mundo: El Pintor de Auschwitz (1) y El Viaje de Cilka (2).
Créanme, amigos lectores, que la narrativa novelada de estas experiencias en campos de concentración me conmovió casi hasta las lágrimas. Inmediatamente mi cerebro me llevó a recordar una novela leída cuandoempecé mi vida universitaria, novela que mereció un premio Nobel: El Archipiélago Gulag, obra de Alexander Solschenizyn.
En próxima edición de Arrierías, estaré presentando un análisis de lo acontecido en los campos de concentración Nazis y los pertenecientes a Stalin en el siniestro sistema Gulag, verdaderos horrores que desdicen de la condición humana de asesinos posando de líderes, Un gran problema mundial.
POST SCRIPTUM: Tengo la plena convicción, como educador que soy, de que, si enseñáramos la real historia del mundo, de Colombia y profundizáramos más en la enseñanza de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, nuestro mundo sería distinto y Colombia, con toda su riqueza y su buena y equitativa repartición, sería el Estado donde la Dignidad obtenida, sería la condición para vivir en completa armonía.
- Celnik, Jacobo. El Pintor de Auschwitz. Editorial Aguilar, impreso en Bogotá, mayo 2021.
- Morris, Heather. El Viaje de Cilka. Editorial Espasa. Edición en Colombia 2020.