Lo que está bien para unos está mal para otros, por eso no es recomendable radicalizar una de estas posiciones, hacerlo es contribuir con el desencuentro.

Colombia está muy vulnerable, la han reducido a dos posturas: no hay punto de inflexión ni de quiebre.No hay quien asuma responsabilidad frente al equivoco. Las posturas son resistentes, ha sido más fácil culpar al otro que ofrecer excusas. El significado de la palabra perdón es irrelevante frente al destello que irradia el odio manifiesto.

En este panorama es obligado un paréntesis, una tregua,para desactivar el racionamiento del porque la sociedad está sumida en la anarquía.Hay que hacer una interrupción para reconocer que la violencia se da en todos los sectores socioeconómicos, culturales, étnicos y religiosos; que incluso se ha convertido en una forma de vivir, en una forma reiterada de conducta: respaldada por las prácticas populares y la conciencia pública, la cual oculta sus dimensiones reales. Entonces para que alegar que él uno u él otro es el portavoz de la verdad.Este es un contexto sin sentido, donde no hay reconocimiento ni respeto, donde es plausible las acciones más perversas, donde se minimiza la responsabilidad moral, donde el trato hiela como si el interlocutor no fuese también un ser humano con parte de razón.

¿Qué hacer entonces para enfriar la mente?

Los citadinos requieren un nuevo aire:nuevos olores y colores del paisaje; una salida a la libertad, escapar de ese bullicio escabroso para repisar las huellas de los arrieros,sin preguntarles hacia dónde van; además no es necesario indagarlos porque los arrieros sólo siguen su camino, sin abstraerse en lo que les deparará el más allá; no hacen disquisiciones sobre las brechas del sendero, ruta o trocha;ni consideran siquiera que el terreno por el cual va a hacer  su travesía es inhóspito, escarpado o rocoso, o que experimentarán de nuevo el vértigo a causa de los abismos.

Dirán que no hay diferencia alguna entre el arriero y el citadino: la hay y mucha,el arriero es el espejo y alma del colombiano de a pie, que da cuenta de cómo la vida es una espinosa tarea de sobrevivencia, y por ello es el formato más representativo para registrar esta realidad: por su porfiado espíritu de trabajo, su probidad y su palabra de honor. El no vive de exteriores, es prueba reveladora de que la vida es lo que se forja y no la construcción vana sobre apariencias.

Para no aceptar la invitación de seguir este ejemplo, los citadinos señalarán,igual, que el arriero y la mula han estado forzados a la explotación, obediencia y servilismo. La respuesta es sí y no, el arriero puede ser peón o dueño, y si es dueño de la mulada a nadie debe obedecer ni servir, caso aparte es el de las sumisas mulas: si ellas pudieran hablar y se les pudiera escuchar, quizás se descubriría su reconcomio, su lamento, su inconformismo y dolor; pero hasta ahí les llegaría su protesta porque solo son mulas y como mulas que van a saber de justicia e igualdad.

¿Qué hacer entonces, seguir al arriero en la montaña o rescatar su ejemplo para aplicarlo en la ciudad?

Cualquiera de las dos opciones es buena, pero sea cual sea la escogida hay que unir las manos y las voces a las manos y voces de los arrieros, para construir y anunciar caminos. Ellos como nadie tienen un sentido sabio de la vida en toda su dimensión y no desconocen que la sociedad para que sea ordenada debe estar jerarquizada, que siempre habrá desigualdades en el hacer y en la tenencia. Si no fuera así nadie cantaría al buen estilo de Atahualpa Yupanqui: «las penas son del arriero y las vaquitas son ajenas», tal cual lo dice su canción…EL ARRIERO VA.


Aida Yepes

Nacida en Caicedonia, Valle del Cauca, Colombia, desde muy temprana edad las letras marcaron el norte de lo que sería su oficio en el futuro. Cursó estudios primarios y secundarios en su ciudad natal y posteriormente se hizo abogada, especialista en Derecho Laboral y Seguridad Social, además realizó estudios en ciencia política y una maestría en dirección de desarrollo local.

A la par con su carrera, su pasión por las letras le llevó a escribir poesía, y cuento, hasta decidirse por la novela que dio como resultado la publicación de “La impronta”, impresa y divulgada por la editorial Artnovela de Buenos Aires y con la que empezó a caminar por los senderos difíciles de la escritura creativa.

Su obra más reciente, “Mi pequeña Eulalia en una patria sin dueño” una novela que muy seguramente ofrecerá nuevas experiencias narradas desde la capacidad de observación que caracteriza a Aida Yepes, para dibujar a sus personajes.

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