En estas páginas cálidas de mi vida quiero rendir un homenaje sincero a ese ser bondadoso y tan amado que me acogió con sutil esmero desde niño.

James Marulanda Q

Cuántas veces ella, mi adorable abuela, con su dulce y maternal encanto de alma buena me contaba historias de hechos pasajeros de la estancia, teniendo como ocular testigo aquella vieja mecedora donde solía descansar la noche, acompañados por las luciérnagas que atrevidas alumbraban sus canas y hacían marco de honor a sus palabras….

Quise a mi abuela con un amor que nunca más volví a sentir hasta el día en que nacieron mis dos hijos. Su candor, su sinceridad, sus consejos, su inmensa sabiduría no los he encontrado en nadie más que en ella. Su vida santa, su entrega de servicio al prójimo, su sensatez y su desmedido encanto maternal me marcaron para siempre y alumbraron mi camino. Creo y no lo dudo, que es mi personaje favorito. Me acogió y enderezó mis pasos con un alto y bien llevado sublime manual de convivencia. Imponía sus normas con desmedido celo. Era rigurosa y disciplinada. No aceptaba términos medios, y el más mínimo error la contrariaba. Las reglas debían cumplirse sin acordar nada. De no llegarse a satisfacer sus mandatos, la situación se tornaba complicada hasta llegar al castigo que consistía en no dejarme ir al cine matinal los días domingos al viejo teatro de la plaza o tampoco disfrutar por mucho tiempo de los juguetes que trajera el niño Jesús en navidad. Pero esas actitudes eran sólo de momentos pasajeros porque una vez cumplida la pena, todo volvía a ser como antes.

Hoy comprendo de veras aquellas acciones que pulieron mi carácter y sembraron para siempre semillas que permitieron matricularme en la escuela de la vida. Su humildad casi Franciscana la ponderan aún quienes con ella compartieron. Pendiente siempre estaba de mis cosas, de mis motivos y mis afectos. Fue mi sombra y mi refugio en años mozos, mi cobijo y mi ángel salvador en los instantes claves de mi infancia. Campesina orgullosa de su origen, pregonaba abiertamente sus raíces Santandereanas, y a fe que muchas veces mostró el carácter fuerte de quienes son de aquella hermosa región. Luchadora incansable en las exigentes agrícolas faenas y una amante de la naturaleza. Sus rosales como dije antes, causaban envidia a quienes llegaban de visita a su parcela. Cada minuto del día era para ella precioso… Multiplicaba sus quehaceres, con exactitud meridiana. Amaba el orden y la estética. Pero ante todo era amorosa y tierna…Cómo añoro su entrega por sus hijos…Era amplia en el afecto; reconocía en ellos sus virtudes y criticaba con acierto sus errores.

Ahora ella, descansa junto al señor. Desde la lujosa mansión celeste nos mira y sonríe dulcemente como lo hacía cuando era niño. Gracias madre santa por esos momentos que nos regaló en la vida…algún día, volveré a estar contigo para que me des de nuevo la bendición con el consabido “sacramento del altar” que tú nos enseñaste y se volvió costumbre. Era una devoción acostumbrada que sólo ella se ganó con su santa manera de alimentar mi espíritu. Cuando doblaba mi rodilla frente a ella lo hacía   humildad esperando la bendición que maternalmente regalaba.” Dios lo bendiga mijo” me decía y esa respuesta era un elixir para el alma….

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