La oleada colonizadora de los inicios del siglo XIX, permitió el arribo de numerosas personas, hacia lo que después se conocería como Génova, ansiosas de un mejor futuro o anhelantes de encontrar refugio seguro y paz ante la desbandada propiciada por la apenas finalizada Guerra de los Mil Días.
Entre los colonos que buscaban desbrozar la bravía selva de entonces se encontraba Ángel Marín, veterano de la guerra de los Mil Días, quien arribó al incipiente poblado en el mes de febrero de 1906, y quien gracias a la repartición que hacía a los recién llegados y nuevos pobladores don Segundo Henao, se ubicó en asocio de su esposa y la creciente familia en un terreno cercano al poblado, laderas que posteriormente fueron conocidas como El Dorado, donde por igual iniciaron la conformación de sus parcelas Jerónimo Giraldo, Venancio Salazar, Antonio Galvis y Manuel Ospina. A la postre Ángel Marín se convertiría en el abuelo de Pedro Antonio Marín, más conocido en todos los medios como “Tiro fijo” o “Manuel Marulanda Vélez”.
Un día de mayo de 1930, el 12, en el área mencionada, parcela que había crecido y que contando con adecuada producción ya había sido distribuida entre los hijos de Ángel, llegó al mundo Pedro Antonio, y quien recibiera las aguas bautismales en la Iglesia San José de Génova el 22 de junio del mismo año a manos del Presbítero Efrén Arias, situación que se repitió en otros años con el advenimiento de sus hermanos Rosa Elena, Jesús Antonio, Obdulia y Rosa María.
Su infancia lo llevó por algún tiempo al centro escolar que funcionara en inmediaciones de la hoy carrera 12 con calle 23, donde cursó pocos años para que su espíritu retraído lo vinculara con mayor decisión al campo, y forjar hacia los dieciséis años el deseo de procurar su independencia económica para lo que viajó a Ceilán, corregimiento de Tuluá en el Valle del Cauca, donde emprendió disimiles tareas bajo la tutela de varios de sus parientes cercanos.
La tragedia del 9 de abril de 1948, cuando apenas contaba escasos 18 años de edad, marcó su vida al presenciar varios crímenes en la región donde residía entre ellos el de alguno de sus familiares, y permaneciendo oculto por el miedo varios meses, retornó a su tierra natal donde ya más despierto formó con varios de sus primos una primera pandilla la que orientada por otros de sus tíos hacía defensa de la filosofía liberal, partido duramente azotado por la violencia desatada en esos años.
Después de algunos actos delictivos en la región y de cargar la primera muerte violenta en la persona de un ex funcionario municipal, se enrola de manera consecuencial a otras huestes del norte del Tolima y desde allí como soldado, se proyecta con la “chusma de Modesto” en una incursión armada al municipio de sus mayores.
La misma es frustrada por las fuerzas del orden, y el lugar del enfrentamiento, sector de la vereda San Juan, hoy es llamado “Corea” como símbolo de la fuerte refriega donde perdieron la vida varios de sus compañeros y en analogía con la confrontación bélica que por esos años se desarrollaba en la región asiática. El fracaso obliga al repliegue y a caminar por senderos desconocidos de los departamentos del Tolima y el Huila.
Sin ser jefe es disciplinado soldado y su avezada puntería le genera el remoquete de “tirofijo”. La instrucción comunista del Sumapaz que llega hasta Marquetalia, asiento de la gente del ya líder Pedro Antonio le entrega el discurso revolucionario y la mención del albañil de La Ceja y concejal suplente en Medellín, el verdadero Manuel Marulanda Vélez, nombre que adopta después de un taller instruccional, como un homenaje al recio sindicalista fallecido y con la velada intención de quitarse el “tirofijo”.
Se quedó con el nombre de Manuel Marulanda Vélez como una segunda piel, pero no se pudo quitar el primer alias que por igual cargó como lapa haciéndolo reconocido en el orbe, para perder casi por completo su verdadero nombre de pila y recibiendo el calificativo del guerrillero más viejo del mundo.
Con unas u otras alternativas de dialogo, viendo pasar gobiernos, sin acogerse a la amnistía que propiciara la dictadura en otras épocas, la legendaria estampa del reconocido insurgente siguió siendo el estandarte de un grupo que siempre mantuvo en ascuas la paz colombiana.
Con la muerte de su gran amigo Jacobo Prías Alape “charro negro”, el 11 de enero de 1960, quien se había acogido a la amnistía gubernamental propuesta por el gobierno, Pedro Antonio quien había silenciado las armas, las retomó para enfrentar la arremetida del Ejército, generada en la denominada Operación Lazo, con unos pocos hombres abandona la mencionada república independiente de Marquetalia, límites del Tolima y el Huila, para asumir posiciones en el Meta.
Allí en ese refugio que se fue conociendo como casa verde, en el año de 1964, se determina la creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, la que en su formación fue creciendo hasta amenazar toda la estabilidad colombiana.
Caminó Pedro Antonio Marín, o Manuel Marulanda Vélez o tirofijo, el hijo de Rosa Delia Marín y el ahijado de Manuel Valencia, por más de cincuenta años en el monte, los cuales lo convirtieron en un experimentado luchador, amante de las carreteras y de las plantas eléctricas, virtuoso del violín el que aprendió a tocar desde niño, y conocido como el símbolo de la insurrección en un país donde la violencia ha campeado sin descanso por toda su geografía por más de medio siglo, y como una figura que ya aparece en la historia violenta como el más tradicional de los hombres armados al margen de la ley, sindicado de rebelión, terrorismo, asesinato, secuestro y narcotráfico.
Su muerte fue confirmada por el mismo estado mayor de las Farc, en esa región del Meta, como acaecida el 23 de marzo de 2008, y con algunas fotografías de su sepelio en las propias montañas se dio fin a la carrera de alzado en armas que por más de 50 años mantuvo Pedro Antonio Marín, en la historia colombiana.